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27* con la Ley eterna de Dios, acostumbraron al indígena a la reflexión y al uso y ejercicio del entendimiento; y desde este momento pudiéramos afirmar que nuestros religiosos descorrie- ron ante los ojos del salvaje el velo de la civilización, porque les enseñaron a reflexionar sobre sus actos y a dar a las ac- ciones humanas el valor del conocimiento de lá causa, de la advertencia, libertad y deliberación; es decir, de todo lo nece- sario para llevar a cabo la integridad moral de las acciones, lo que equivale a formar nuevos hombres y casi nueva naturaleza, o como si nacieran de nuevo, conforme a Jo que pedía el divino Redentor_-nasci denuo—_nacer de nuevo. ¡Tal fué el trabajo de nuestros misionerosl Y al llegar aquí el lector debe juntar la idea de los hábitos inveterados del salvaje y lo roto de la inteligencia del indio, a fin de que pueda calcular por sí mismo cuán a corto paso tenían que caminar los misioneros para poder hacer algo de bueno entre los indígenas. Demás de esto, el fundamento de la responsabilidad indi- vidual está en la libertad de acción, que es de donde procede el mérito o el demérito; y de este principio fundamental hicieron brotar los misioneros, como de fuente natural y corriente, la estimación que se debe al proceder del hombre; la alabanza o el vituperio; el honor o la infamia; la honra y la gloria; la buena o mala fama; el deshonor o la desconfianza, según como cada individuo trata de conducirse; y finalmente la compensación, por Ja pena o el premio, que ha de pagarse en este mundo o en el otro, conforme a Ja utilidad o al daño y a la intención el agente: de este modo el indígena podía darse cuenta de que toda obra buena tiene un mérito delante de Dios, y que aun obrando tan sólo por agradarle, vienen después todos los demás bienes; como el mérito temporal y el agradecimiento de las personas y de la misma tribu y de todo el conjunto social, que secundariamente recibe del bien beneficios y del mal per- juicios sin Cuento.. Así los misioneros elevaron a los indígenas maravillosa- mente, del orden individual al orden social y aun al orden universal. ¡Ciertamente que semejantes apóstoles de la Santa Iglesia

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