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19* dos, y mucho menos entre los salvajes, puede darse todo el bien moral—nótese bien—abandonado el hombre a sus solas y propias fuerzas; quiero decir: sin otros auxilios externos que desarrollen el germen del bien y de la virtud. ¡Tan grande fué la caída del origen primitivo, que por sí mismo se le ve casi imposibilitado de desear el bien, y de hacerlo sin el favor y la gracia de Diosl El mismo civilizado, tal cual es de sí, parece que no respi- ra sino egoísmo. ¡Cuánto más el salvajel Pues bien, a ese fiero egoísmo del salvaje añadamos ahora el más refinado y poderoso del civilizado, y entonces podremos conocer el trabajo de los misioneros, quienes tenían que vivir entre ambos elementos; esto explica, a nuestro parecer, el por- qué de la autonomía administrativa del gobierno de las misio- nes de los Capuchinos en Venezuela, no dependientes ni sujetas a la Capitanía, Intendencia, o Gobernación de los provincias españolas de Venezuela, sino al gobierno general del inmenso territorio español, y, muy especialmente, al sabio, recto y paternal Consejo de las Indias; pero de esto hablaremos en particular más adelante. Concluyamos aquí las presentes observaciones acerca de los principios fundamentales sobre los cuales organizaron los misioneros la civilización, el gobierno y la administración de los aborígenes, bien persuadidos de que los indígenas no hu- bieran podido conseguir la facultad expedita de amar ni de hacer todo el bien moral, sin ¡os auxilios externos que genero- samente les proporcionó 'la Iglesia católica y el gobierno español, por medio de los misioneros; pues a pesar de ser necesario al hombre que, de alguna manera, ame el bien moral y lo haga, ningún otro principio extraño á la naturaleza humana podía ser capaz de obrar la transformación que se intentaba, sin el auxilio del nervio social; puesto que razonablemente' los actos internos de la voluntad y del entendimiento, deben pro- ducir en el hombre los actos externos en consonancia con los primeros; y los salvajes, por la misma razón, no hubieran llega- do jamás a la civilización y cultura cristiana, o al conocimiento del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, sin el envío de ministros autorizados en debida forma por su Vicario y Repre-

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