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172* § II Hemos dicho al lector con la mayor franqueza los cargo, aducidos en contra de la administración y gobierno de las n1 siones de los capuchinos, y justo es no ocultarle la defensa qu otros hombres han hecho del mismo régimen y sistema. Son lo primeros el propio Baralt y el mismo Humboldt, quienes frai camente nos dicen: (cualesquiera que sean los abusos que s hayan introducido en unas instituciones en que todos los pod res se encuentran confundidos en uno solo, sería difícil ree plazarlos por otros que sin presentar inconvenientes rnueh más graves, fuesen también poco cóstosos y conformes al fiem silencioso de los indígenas» (i); y al manifestar el hecho pr digioso de la civilización de un mundo, dice Humboldt: .L establecimientos monásticos han extendido en la parte equial ccial del Nuevo Mundo, así como en el Norte de Europa, origen de la vida social, (2). D. Antonio Ignacio Picón (a), en su obra de alta potenc crítica El gran pecado de Venezuela, nos dice: (Parece incr ble que España sola, por más poderosa que fuera en esa époc hubiera podido realizar la conquista y civilización de las tri cuartas partes por lo menos de ese mundo por ella descubiert pero ese portento, ese verdadero milagro, se realizó, no por l armas de los conquistadores..., sino por la Cruz, que con emblema de redención y civilización, llevaron los misionen hasta las más apartadas regiones de América, las que se vier así muy pronto redimidas de la barbarie y sometidas al pod de España. Y la prueba de esto se ve en que después de. Ii berse concluído los misioneros, vanos han sido todos los esfw zos en el sentido de continuar la obra cristiana de llevar la ¡ del Evangelio, única y verdadera civilización, a los habitant de los desiertos, ni siquiera se ha podido conservar el esta 1orecierite en que se hallaban las misiones. Todo el bien q (t) Baralt, fol. 267, y Humboldt. Toni. III. fol. 351. (z) Ibid. fol. 351. () t Mérida 7 de Marzo de 1916.

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