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-- 163* trarse la causa en la justa pena que se nota él sentía por la muerte violenta de los misioneros de la Guayana—lo que ocul- ta por completo en su libro (i)—ya fin de amenguar en lo posi- ble «el gran pecado de Venezuela,, en expresión del señor A. 1. Picón. (2). Mas para ocultar las glorias de la administración y gobier- no de las misiones de los capuchinos en Venezuela y hacer que no resalte tan grande obra, sería necesario que no hubiesen sido; y para lamentar la muerte de tan grandes bienhechores de la humanidad creemos que no tuvo necesidad de manchar su pluma acerada y cortante. El mismo lo confiesa a la postre cuando dijo: «Mas por grandes que hayan sido los abusos na- cidos del sistema en sí mismo y del carácter particular de los que lo plantearon, debemos deplorar su completa destrucción; mayormente cuando no se le ha reemplazado con ningún otro capaz de llenar el vacío que ha dejado...» (). Finalmente, termina el célebre escritor diciendo: «¡Desgra- ciada raza indígena! La independencia y la libertad conquista- das en beneficio de todos, etc., han sido árboles sin fruto o de fruto venenoso .para ella..., al paso que vejada, estafada, escar- necida en estos últimos tiempos por las autoridades civiles, y apocada por las guerras y por las enfermedades se acerca más y más cada día al término de su existencia. Baste decir que la población indígena de las misiones del alto Orinoco, que a principios del siglo XIX era de 21.000 almas, hoy está reducida a 7.505. ¡Pluguiese al Cielo que el gobierno republicano que hoy, rige actualmente aquel hermoso país, cuidase como debe cod4ervar y mejorar las tristes reliquias indianas que han sobre- vivido a la conquista, al régimen monacal (aquí la ira), a las pestes y a la guerra de la Independencia!» (). Por donde—parece —que el clásico da la misma fuerza a la guerra de la Independencia que al régimen monacal, y a las (i) Codazzi hizo lo mismo, pues nada dice de la muerte trágica de los mi- sioneros. (2) Ed. Maracaibo. Año de 1898. () J3aralt.. fol 267. () Ibid. fols. 267 y 268.

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