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1 3* s II Hemos insinuado que la primera noción del bien al cual tiende la voluntad humana, es el de la conveniencia, y este fué el quicio o punto cardinal, sobre el que ¡OS misioneros giraron constantemente, para lograr la civilización de ¡os indí- genas. Podemos asegurar al lector que a este toque los salvajes respondían inmediatamente. Ram vez los misioneros hallaron cerradas las puertas cuando proponían lo agradable y lo bello a los indígenas; pero nunca cuando el asunto llevara la conve- niencia particular de los salvajes. ¡Tan cierto es que el hombre en estado de rudeza se mueve más por el interés personal, que por amor a la dignidad y de la honestidad; al contrario del civilizado y del culto, que se mueve mejor al bien por el honor y por las ideas del orden] Queremos hacer una observación, a nuestro parecer, im- portantísima, y es que todo salvaje parase en el deleite como en el propio fin de la vida; pero el hombre civilizado y culto sabe que el deleite es, meramente, un medio para el fin. Al misionero tocaba deslindar los campos para iniciar a os indígenas en la civilización verdadera, cuyo principio ense- a que ningún deleite puede buscarse, racionalmente, como un fin, y que el blanco de las acciones ha de ser el Bien, como punto y mira final del apetito. Las dificultades que se presentaban a los misioneros, en .cada momento, para el deslinde natural y derecho del conoci- miento de las acciones humanas, dado el modo de ser de los indígenas, las iremos percibiendo, sucesivamente, según que estudiemos el desarrollo de la administración y gobierno de las misiones. Parece cierto que abandonado el hombre a sí mismo no puede conocer, completamente, el orden moral; pues estos principios los llegá a conocer el individuo por las tradiciones sociales del género humano; y como nuestros indios vivían en pleno salvajismo—more pecudum—_(i), demás está decir que (i) Doc. de Blanco y Azpurúa, Toni, I. fo!. 388: Relaciones.

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