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los indios en el propio orden y en la esfera de sus deberes, el maestro que les enseñaba, la fuerza que los defendía, SU pro- videncia, en medio de su abandono, el centro de su unión, de su fortuna y de su paz; y finalmente, el Superior, el jefe que los dirigía y gobernaba en todo» (i). Cada día, después de la Misa y acción de gracias, se hacía la señal de la campana y se reunían los indios e indias del pue- blo, colocados por orden en la iglesia, separados los hombres de las mujeres, se instruían en la religión y en la moral; se can- taban con mucha uniformidad las oraciones más esenciales del Catecismo, y terminado este acto se destinaban los casados al cumplimiento de sus obligaciones; pero el misionero continuaba las clases con los muchachos, instruyéndolos minuciosamente en leer, escribir y contar, etc. A las dos de la tarde se tocaba de nuevo la campana y acudían lds indios a reanudar la instruc- ción, como por la mañana: «así a fuerza de constancia y de tiempo, desvelos y trabajos extraordinarios, dice el mismo Pa- dre Vich, los misioneros desbastaban Fa grande tosquedad del salvaje y pulían las preciosas margaritas de aquellas almas, que compradas con la preciosa sangre del divino Redentor Jesu- cristo, sólo el hecho local de su nacimiento las ha constituído en tan infeliz estado. Debido a esta organización sin ejemplo, los Padres Ca- puchinos cambiaron aquellos inmensos y frondosos bosques, habitados antes por unos hombres semejantes en todo a las fieras, y que sólo para la malicia usaban de su racionabilidad, en numerosos pueblos que uniformados en la religión y con los trdaderos templps, cultos y sacrificios, ofrecían al cielo y a la República el más suave olor de las virtudes (2). De esta mane- ra, los misioneros lograron fundar en Venezuela verdaderas provincias y pueblos, con muy buenas iglesias, talleres, hatos y labranzas de comunidad y un sistema de Ad'minislración y Gobierno peculiar que las hacía progresar admirablemente» (a). A los franciscanos, dice la misma obra, se les debe la fundación (r) Blanco y Azpurúa. Tom. VI, fols. 388 a 399. Orac. fz&i. del Padre Nico- lás de Vich,- (2) Ibid. Relaciones: Archiv. de md. 136. 1. 7. () Doc. por Blanco y Azpurúa. Tomo I. fol. 226.

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