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147* tendía, según parece, dirimir por sí mismo los asuntos de trapi- ches y arriería, con el fin de hacer presión contra algún -misio- nero y obligarle a retirarse a la Hospedería común o darle Otro destino, los Reyes se lo negaban a los gobernadores rotunda- mente, mandando que en asuntos de remoción de religiosos se proceda con arreglo a lo que previenen las Leyes. Consta, pues, que el gobierno supremo de la unidad de la raza española miró siempre con singular interés todo cuanto se relacionaba cop las misiones de los capuchinos (r). Cuanto a los mismos religiosos en las relaciones que nos quedan de aquellos tiempos, nos di- cen que «resueltos a vencer o morir.., empezaron a abrirse camino en aquellos bosques que parecían impenetrables; prin- cipiaron a reducir e ilustrar a los indígenas, que vivían como salvajes; fundaron luego nuevos pueblos e iglesias y estabie cieron sus labranzas y hatos de ganado, con tales adelanta- mientos que en donde antes sólo había agreste monte se vió surgir como de la nada un florido jardín en lo espiritual y tem- poral: en lo espiritual por las muchas almas que se elevaban hasta el conocimiento de Dios, y en lo temporal por la grande utilidad y honor que resultaba para España y para los mismos indios; los cuales se ilustraban cada día más y adelantaban en las diversas artes y oficios mecánicos, haciéndose a la vez más sociables y útiles». Con el fin de lograr la permanencia de tan- tos progresos, los misioneros <vivían distribuídos en los mis- mos pueblos para el mejor régimen de éstos'> (2). Muy justo es decir, para su alabanza, que los misioneros capuchinos, aun así dispersos, observaban la perfecta vida común, depen- dntes siempre y gobernados por un Prefecto y dos Con- júices elegidos por los misioneros congregados cada tres años. Ultimamente el total de los capuchinos ascendía en sólo el centro de las ríisiones de la Guayana a cuarenta y uno (41), Sin contar los de Cumaná y Maturín, ni los de Caracas y los Llanos, los del Apure, Maracaibo e indios motilones, que aún no hemos podido dedicar suficiente tiempo para averi- guarlo. Finalmente, se elegía un procurador general que cui- (x) Doc. p. laHist. del Zuliá, por Febres Cordero, fois ¡09. 186 y ¡96. (a) Doc,, por Blanco y Azpurúa, y Fr. Nicolás de Vich Orac. fún.

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