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11* Si particularizamos los asuntos, como es justo, para llegar a conocer los principios fundamentales: sobre los cuales orga- nizaron los misioneros la administración, el gobierno y la civilización de los indios, es necesario detenernos, por un momento siquiera, en los dos términos de comparación que representaban los misioneros y los indígenas, que son: a) la ci- vilización, y b) el salvajismo; términos que revelan dos acciones, tan opuestas entre sí, como la luz y las tinieblas. Esta oposición que acabamos de enunciar, queremos ano- tarla con la mayor claridad; por hallarse, precisamente, en individuos distintos entre sí, y uno en la especie: esto mismo nos mueve a buscar el origen de tamaña contradicción dentro del mismo hombre, es decir: en las facultades intelectuales, necesarias para conocer el orden, y en las volitivas, imprescin- dibles a la vez, para obrar rectamente. De hecho, el salvaje, lo mismo que el hombre culto, obra por medio de sus facultades movidas por los sentidos, u obje- tos exteriores, conforme a los grados diferentes de las cosas orgánicas, o inorgánicas, sensitivas, o intelectuales; y la fuerza de expansión que obran en el hombre parece que es propor- cional a la excitación que unas u otras producen en cada uno de los individuos. - No en vano decimos ahora estas cosas; pues, como más adelante veremos, los misioneros supieron usar de estos princi- pios fundamentales para lograr, con pie firme, la civilización de los indígenas y aprovechar los diversos grados de las fuerzas expansivas del salvaje y de las mismas tribus, para determinar, n la mayor seguridad posible, el ser social entre ellos—que era el primer punto de partida del misionero—, ya por medio de los principios extrínsecos al indio; ya también por los intrín- secos y necesarios, y, hasta por los de libre determinación, del salvaje. ¡Sublime labor la del misionero, quien sin conocerla lengua, en los primeros días, ni los gustos particulares del indígena, se lanza a rescatar de la barbarie tantas almas envilecidas...! No debemos olvidar que el término final de las acciones humanas es el propio de Ja Naturaleza impuesto por el Crea- dor a Ja criatura, y que todas las tendencias dl hombre están

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