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133* todavía a la administración y gobierno de los misioneros, ya hemos visto cómo los religiosos las buscaban con interés por entre las selvas y cabeceras de los ríos, pára atraerlas a la ci- vilización y formar nuevos pueblos con ellas: acción que, justo es decirlo, correspondía a un alto principio de caridad y de amor al prójimo, y a las decisiones del Vicario de Jesucristo en la tierra, y también a las del gobierno central de los españoles. Los historiadores antiguos, y consta en los mismos archivos, acusan a las tribus de los caribes del vicio anti-social de matar y comer carne humana; como quiera que sea, es cierto que los misioneros tuvieron mucho que sufrir de estos y otros salvajes, que les destruyeron y quemaron varios pueblos y que mataron y se comieron a varios misioneros capuchinos (i). No parece si- no que fuera ley de la naturaleza el que la redención de unos no se haga sin la sangre de los otros. Cuando urgían estas supre- mas angustias, el gobierno español de las provincias limítrofes siempre se apresuró por acudir al socorro de los misioneros; unas veces para lograr la justa defensa, y otras para castigar a tan desvergonzados enemigos; y generalmente, los misioneros exponían las necesidades que ocurrían al gobierno más cercano, a fin de que se pudiese acudir a tiempo y quebrantar la osadía de los salvajes, forzados de la necesidad del bien común y nunca por la simple conveniencia. Otras veces cuando inespe- radamente eran acometidos los pueblos por las tribus salvajes, toda la gente hábil se preparaba a la justa defensa, a fin de poder defender la riqueza, la libertad, la honestidad y la vida de las familias congregadas. ¡Cuántas proezas, sin duda, nos dja ocultas la historial En uno de los historiadores modernos, cuyo nombre senti- mos no recordar, hemos leído que debido al respeto que las fortalezas levantadas por los misioneros infundían a los caribes éstos no se atrevieron a molestarles de nuevo en los pueblos cercanos al río del Caroní; en cambio algunos pueblos que esta- ban muy internados, los misioneros tuvieron que abandonarlos más de una vez, por no ser suficiente la fuerza defensiva y ofen- siva contra los otros salvajes, y aun—será prodigio?—cont ra (i) Véase Anguiano, Relaciones, etc.

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