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mero de cosas; pero también las misiones producían más; de ahí que estaban en justo equilibrio la producción y el consumo, y tenemos que añadir que no hemos encontrado alguna de las crisis en que hacen caer a las naciones los economistas moder- nos, los cuales no miran tanto al bienestar común, por desgra- cia, cuanto a sus intereses particulares. Los misioneros tenían sus reglas comunes para el consumo público y para los gastos privados, con el fin de sostener el equilibrio y el orden entre la producción y el consumo: condenaban la avaricia si era nece- sario, y también la disipación, que es el vicio más frecuente de todo hombre salvaje, y el lujo que llevaba en pos de sí el des- orden y el despilfarro, principalmente en la bebida; en cambio, recomendaban el ahorro, y lo practicaban conservando los re- cursos para el día de la desgracia pública o privada, y evitaban el gasto supérfluo, con el fin de reservar lo necesario para el porvenir. En cierto modo, encontramos que los misioneros se anticiparon a los tiempos modernos, organizando sus cooera- tivas de consumo, pues no otra cosa es el almacén y el fondo común de las misiones. Sí esto decimos refiriéndonos a los misioneros, también encontramos algo parecido en medio de los indígenas, pues recordamos haber leído que algunos indios se juntaban para ir a trabajar y cosechar los frutos, mientras que los otros, de común acuerdo, quedaban disfrutando de lo que habían amon- tonado anteriormente y siguiendo después el turno correspon- diente en el trabajo (x). Otra cosa curiosísima encontramos en la administración y gobierno de las misiones, la que vamos a e<poner deseguida: nos referimos a las fuentes de donde los risioneros sacaban los recursos necesarios para atender a los gastos generales de las misiones; pero este asunto bien merece estudiarse particularmente en capítulo aparte. 11 (i) Re.izemeu d la Geografía de Venezuela, por Agustín Codazzi. Ed. Paría 1841. fol. 269

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