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MISION DE LOS CAPUCHINOS EN LOS LLANOS DE CARACAS 67 ni formalidad alguna de pueblos; jamás se han ejercitado en labrar ni cultivar la tierra, de donde les nace una suma flojedad, pereza y haraganería; toda su manutención la fían en las frutas, mieles y raíces silvestres, y a lo poco que pescan y cazan con las flechas, que son sus más apreciables bienes; no tienen en su estimación otro dios que el de su vientre, pues comen con exceso increíble, sin recelo de gula ni enfermedad; mantienen cuantas mujeres quieren, sin reservar muchos de ellos ni aun sus propias hijas: son dados extremadamente a la embriaguez y mofanería, creyendo con facilidad toda especie de agüeros, falsedades y mentiras; para ellos la muerte parece ser cosa indiferente, según la facilidad con que se matan los unos a los otros por medio de hierbas y raíces venenosas, en las que procuran los padres instruir el conocimiento de los hijos; como asimismo en el ningún cuidado que se les observa en sus peligrosas enfermedades, aborreciendo toda especie de medicinas y de alimento sustancioso, cual se experimenta en los brutos; siendo solamente sagaces y discur- sivos para vengar sus odios y ejecutar increíbles maldades y engaño con toda especie de gentes blancas, a quienes siempre miran y aborre- cen como a mortales enemigos, desde el principio de las conquistas de este nuevo mundo. Y, en una palabra, no se advierte en esta tercera clase de indios gentiles propiedad, acción ni costumbre que casi no diga repugnancia a la racionalidad y natural ley, por cuya causa tienen en su primera reducción más parte las dádivas, agrados y ofertas de humanas conveniencias, que la observancia de los divinos preceptos; de cuya ceguedad y brutales inclinaciones, que por acostum- bradas tiene en ellos engendrada naturaleza, con otras que por acredi- tadas de la experiencia se omiten, podrá V. S. I. inferir y compren- der los trabajos y cuidados, prudencia y tiempo que necesitan y pade- cerán los misioneros para instruir en una vida cristiana, racional y política a unos hombres tan viciosos, incapaces y silvestres. 26.—Las primeras diligencias que con ellos se practican, luego que se traen a nuestras misiones, es vestirlos, herramentarlos y man- tenerlos de un todo, aunque con el trabajo y experiencia de que tanto las ropas como las herramientas de que se les surte, o las dan o las venden con ninguna estimación a cualesquiera que se las piden; enseñarlos antes a ser racionales de costumbres, como previo fundamento para instruirlos después en las doctrinas cristianas; no apurarlos en género alguno de trabajo, ni aun para ayuda de su preci- sa manutención, ni menos castigarlos, pero sí suavemente reprenderlos

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