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MISION DE LOS CAPUCHINOS EN LOS LLANOS DE CARACAS 445 A las seis de la misma mañana llegamos al referido puerto de Tormos y en la misma embarcación en la que yo había ido, se embar- có el general conmigo y a todo escape llegamos ci otro día al puerto de San Vicente. El general no pensaba en otra cosa que en salvar su vida, y sin embargo de mis fuertes reflexiones para que no se abando- nase toda la provincia, no fue posible reducirlo a que tomase el puerto de nuestra villa real de San Fernando de Apure, a donde se le facilita- ba la comunicación con esta provincia; pero los sentimientos y pensa- mientos de honor más acertados de un fraile simple son desaprobados por los que piensan con ambición y egoísmo. Considerándolo todo per- dido, me separé de él y por las voladas traté de poner a salvo a mis religiosos. Con la rapidez del rayo llegué aquella misma noche del siete al puerto de Setenta, a donde acababa de llegar el R.P. Fr. José de Alanis, nuestro secretario, con un donativo de la comunidad para la defensa de la provincia; lo detuve y aquella misma noche le mandé propio al P. Fr. Juan de Alhama, que lo acababa de poner en nuestra misión de San Miguel de Caicara, por haberse pasado a los insurgen- tes el Dr. Peña, clérigo que puso el Sr. Arzobispo, de toda su con- fianza, cuando nos quitó dicho pueblo. Al mismo P. Alhama le es- cribía le pasase en el momento aviso al P. Fr. José de Sorvilán que estaba inmediato sirviendo en nuestra misión del Señor San José de Arauca y que no perdiese un instante en ponerse en camino, señalán- doles por punto de reunión esta capital de Guayana, y yo seguí con mi secretario a su pueblo de misión del Señor San José de Apure, des- de donde oficié a nuestro Padre Ex-prefecto Fr. Salvador de Cazalla, a nuestro Padre Ex-Prefecto Fr. Joaquín de Malaga, al P. Fr. Sera- fín de Sevilla, al P. Fr. Gabriel de Castro, al P. Fr. José de Cazalla, señalándoles el mismo punto de Guayana, lo que hicieron todos con total abandono de sus temporalidades, unos sin breviarios y otros de- jando hasta las licencias. Tal era el conflicto que como un polvorín se esparció en toda la provincia. Todos los nombrados llegamos a esta capital excepto el P. Fr. Juan de Alhama y el P. Fr. José de Sorvi- lán, que por falta de tiempo o de proporción los cogieron y los pren- dieron en el pueblo de San Miguel de Caicara, de la residencia del P. Alhama; les pusieron grillos para remitirlos a la capital de Barinas a donde se hacían los sacrificios. Quiso Dios que, habiendo llegado un día domingo, le quitaron los grillos al P. Sorvilán para que dijese misa, la que celebró con tanto

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