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444 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA por haberme demorado en el camino a causa de una caída mortal que llevé en él. Pero en el cuatro del mismo ya tenía evacuadas todas mis diligencias en aquella capital y dispuesto a volver a las misiones, a per- feccionar la obra que tanto trabajo me había costado en servicio de ambas majestades. No quiso Dios, probándome de nuevo con mayores trabajos y peligros, pues el día seis del mismo mes, a la una de la madrugada, tocaron a la posada con el mayor pavor, diciéndome que, si quería salvar la vida, me fuese a la plaza donde estaban todas las tropas formadas para abandonar la ciudad, por estar cerca de ella mil hom- bres venidos de Cartagena de Indias, mandados por los mismos traido- res perdonados, que venían haciendo las mayores atrocidades con todo género de europeos; no tuve tiempo, Rdrno. Padre, más que para le- vantar los ojos al cielo y entregarme en manos de la providencia. Me fui a la plaza, me junté con el Comandante general, Don Antonio Císcar, que estaba ya a caballo con toda la tropa formada y a aquellas mismas horas comenzamos a desfilar para el puerto de Tormos, cinco leguas de la capital, dejando a toda aquella ciudad con los europeos que que- daron, por falta de aviso, el P. Angel de Salduero, que por su ardien- te celo de la religión y de nuestra sagrada causa, había sido llamado y nombrado capellán de aquella desgraciada tropa. Este digno misionero no fue avisado y, por la mañana, cuando quiso huir, lo alcanzaron poco menos de una legua de la ciudad y, habiendo visto a aquella turba de asesinos que le perseguían, se hincó de rodillas, puso los brazos en cruz, llegaron aquellos inhumanos y uno de los más atrevidos le des- cargó un sablazo que le dividió la cabeza, y después lo envasó con el mismo sable; así murió este misionero mártir de la religión y de la sagrada causa. Sabía este virtuoso misionero toda la Biblia de memoria, por lo que era un excelente orador; murió en defensa de la religión, predi- cándola con el mayor espíritu y fervor y haciendo ver con la mayor elocuencia a lo que se hacían acreedores con su injusto gobierno y con la separación que tan injustamente pretendían de nuestra madre patria. Su muerte ha sido muy sentida de todos los europeos que pudie- ron escapar, culpando a1 mismo tiempo el descuido de los jefes el no haberle avisado. A todos los demás europeos que se quedaron, los ase- sinaron en sus camas, y a otros en el mismo hospital donde se halla- ban curando.

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