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436 rUENVES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA que devastan y limpian la tierra que siembran y cuyos frutos suelen comprarles los españoles con géneros ordinarios, que les dan a precio muy alto, pues les he visto dar en ocho reales una varo de listado número 2, que aquí se vende en dos y medio reales. Siendo lo peor que le hacen creer al indio vendedor que una fanega de maíz, que son doce almudes o celemines, no vale más que ocho o doce reales; de lo que resulta que, si el Padre no es vigilante en esta materia en su pue- blo, engañan a los indios, y, después de llevarles tres o cuatro fanegas de maíz, en que tal vez consiste toda la cosecha de su sementera, y después de dejarlos sin pan, apenas puede el indio hacer una camisa de listado u otro género muy ordinario. Sobre lo que yo celebraría se diesen unas providencias serias y capaces de impedir este perjuicio tan grave, que es muy común en los pueblos de indios, aun civilizados, de lo interior de esta provincia. Sobre si son iracundos y crueles, según se pregunta en el artículo vigésimo séptimo, digo que no todos lo son, pero sí hay algunas nacio- nes que., como diré contestando al artículo vigésimo cuarto, son domi- nadas por la crueldad e inhumanidad; tales son las de los guajivos, chi- ricoas y guamos, así como hay otras de indios naturalmente mansos, dóciles, suaves y humanos, cual es la de los yaruros, que traté en Co- rocoro, sitio de entre Apure y Meta, pero más inmediato a éste que aquél, en los confines de este arzobispado por la parte del sur. El castigo más usual entre ellos es el azote de látigo o cuero de novillo, de que no se escapan ni aun los españoles que pillan en alguna trave- sura en sus pueblos y especialmente con sus mujeres. En la misión de Guardatinajas que tuve a mi cargo cuatro años, vi que los indios pillaron por la noche a un español que hallaron inquietando las mu- chachas indias de una casa de ellos; lo llevaron a la cárcel y lo azo- taron a media noche; gritaba el español y ellos le decían: "Calla blan- co, mira por tu crédito". Jamás noté en ellos idolatría, según dije contestando al artículo duodécimo, tampoco observé inclinación alguna a inmolar víctimas hu- manas, ni ofrecer los sacrificios de que hablan los artículos vigésimo octavo y vigésimo nono. Y, en cuanto a las ceremonias que observan con los cadáveres que entierran, reproduzco lo que dije al artículo vi- gésimo primo, añadiendo que nunca vi ni supe que les pusiesen comida ni los quemasen.

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