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434 PUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA por lo que me levanté del confesionario, me dirigí a la casilla y, ha- biéndome encontrado con el cacique a la puerta, le di en tono suave una corrección sólo verbal y, habiéndome contestado con estas pala- bras: "Pues, Padre, vamos al cepo", fue a su casa, sacó su bastón y se pasó a la cárcel, donde lo colocó por la cabeza en el mismo cepo, diciendo: "Ya está cacique preso: ya Padre prendió a cacique", y se quedó allí paseándose y repitiendo lo mismo. Se esparció esta voz por toda la población e inmediatamente se reunieron a son de caja y, bien armados, se encaminaron a la cárcel donde, habiendo encontrado el cacique en la puerta, le hicieron un grande acatamiento, diciéndole: "Señor cacique, cacique no puede ser preso: nosotros venimos a sacar a V. de la cárcel". El cacique les contestó que no podía salir porque el Padre lo había preso. "Que Padre ni Padre —repusieron ellos—, salga V. y que salgan también esos otros dos". Entonces el cacique sacó del cepo el bastón y, habiendo ellos puesto en libertad a aquellos dos, llevaron al cacique abrazado hasta su casa. A poco salió el cacique al medio de la plaza y dio un gran grito diciendo: "Ninguno venga a la doctrina ni al Rosario y veremos si el Padre va a traerlos". Por una especial providencia de Dios escapé yo la vida en este pasaje, pues llegué a tener a su tiempo un indio viejo que se preparaba a darme una pu- ñalada por la espalda con un cuchillo que ocultaba bajo el ala del som- brero, cuando el Señor me inspiró un acto de prudencia en retirarme a mi habitación y dejarlos obrar por entonces. Al siguiente día ama- necieron frescos y tranquilos, oyeron todos misa, les hice cargo del gran delito que había cometido y, concluida la misa, vinieron a pre- sentárseme muy humildes, disculpándose con que el día anterior se les había calentado la cabeza, y suplicándome no los desamparase. Efectivamente seguí con ellos hasta el año de 1780 en que los dejé muy enmendados y sin novedad por haber desde aquel pasaje manifestádoles el rigor que había omitido antes. Son también muy inconstantes e inclinados a la novedad; ésta les hace a ratos perder el amor a su pueblo antiguo por ir a fundar otro donde se les antoja. En una ocasión se me profugó de dicha misión de Iguana el capitán con una partida de sus indios para ir a fundarse en Morcapra, tierras del hato de Belén, jurisdicción de Chaguaramas, de esta provincia; pero les hice aprender con maña por el mismo amo del hato, D. Tomás del Castillo, que me los envió presos, y, a su re- greso a Iguana, con un castigo moderado les hice desistir de su empre-

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