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MISION DE LOS CAPUCHINOS EN LOS LLANOS DE CARACAS 433 A la vigésima cuarta diré: que los vicios dominantes en uno y otro sexo de los indios son: la embriaguez, el robo, la desconfianza, la duplicidad de ánimo o falta de sinceridad, porque, sin embargo de que parecen simples, proceden regularmente con mucha malicia y cau- tela, y la impureza, pero no son disolutos en esta materia ni escandalo- sos, antes puedo afirmar, por haberlo visto y observado mucho, que son más recatados que muchos españoles, pues, aunque andan desnu- dos los que no están enteramente reducidos a poblado, jamás están sin el guayuco, que es un pedazo de lienzo o tejido de palma con que cubren sus verendas por delante y por detrás, conservándolo puesto aun al tiempo de bañarse. Algunas naciones son más dominadas que otras de la barbarie, crueldad e inhumanidad. En la provincia de Barinas conocí una gran partida de la de guamos, que, prófuga de las misiones que allí tienen los RR.PP. Dominicos de Santa Fe, bajaba por sus llanos, entrándose a robar ganados en los hatos, donde y en los caminos, después de mal- tratar a cuantos encontraban, cometiendo mil atrocidades y excesos hasta con las mujeres, nos tenían a todos en un continuo sobresalto y temor, porque no bastaba para contenerlos providencia alguna del gobierno. En otras reina la indocilidad, cabilosidad y resistencia al buen orden y subordinación que procuramos los misioneros inspirarles para hacerles útiles a Dios y al rey. Pero esto sucede regular y solamente cuando usamos de la dulzura y suavidad. Yo tuve a mi cargo una de guaiquires y palenques por seis años en Iguana, misión de esta provin- cia, que en la tarde del segundo día de Pentecostés de 1776, manifestó bien aquella indocilidad y resistencia en el pasaje siguiente. Trataba yo a estos indios, como recién entrado en aquel pueblo, con mucha dulzu- ra y suavidad, pareciéndome que de este modo me atraería con más prontitud sus voluntades, cuando en la tarde dicha se esparció entre ellos la voz de que yo había preso al cacique y a otros dos indios. La prisión de estos dos era cierta, por haber levantado el uno la mano para darme un golpe que le barajé, y haber el otro habládome con mucho desacato; pero la del cacique se la hizo el mismo de este modo. Me hallaba yo aquella tarde confesando una mujer de familia española en la iglesia, sin saber que en una casilla inmediata a ella se habían juntado los indios a beber; hasta que, estando ya todos embriagados, comenzaron a gritar de modo que me impedían oir a la penitente;

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