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MISION DE LOS CAPUCHINOS EN LOS LLANOS DE CARACAS 431 ce, y llaman maya, que se cría en racimos entre pencas ásperas y espi- nosas; otras, de otra frutita muy semejante a la anterior en los raci- mos y planta, llamada chigüichigüi; otras, de una fruta larga y blanca pero muy parecida en el gusto a las dos dichas, que llaman cumbujul, y otras, de otras especies, como de plátano, dominico y cambur madu- ros. Todas las componen deshaciéndolas en bastante cantidad de agua natural y tapándolas en tinajas hasta que están bien fermentadas y ca- paces de embriagar, porque son muy inclinados a este vicio, como se dirá después; y en esta parte, aunque les sea muy útiles para suplir el alimento de carne y pan, les son nocivas. Sobre el décimo nono artículo diré: que yo creo que no les ha quedado memoria, resabio ni inclinación a adorar el sol, como se ha- cía en muchas partes de su gentilidad, porque jamás observé ni noté en ellos cosa alguna sobre este particular. Como tampoco sobre si tienen alguna noticia o tradición de la parte o rumbo de donde vinieron sus primeros padres a poblar, pero sí creo que conservan algunas costumbres de éstos, como se pregunta en el artículo veinte, porque, si a los fenicios reconocidos por princi- pio y origen de algunas naciones de nuestros indios, según se dijo en la contestación al artículo segundo, ninguno hizo ventaja en la destre- za con que manejaban el arco y flechas, ni en la fuerza y certidumbre del tiro, como dice el citado P. García (cap. 22. párrafo 7?, del lib. 4?, drca finem), nuestros indios están tan ejercitados y acostumbra- dos en el manejo de estas armas que admira su destreza y tino en esta materia, como la admiró el Ilmo. Sr. D. Mariano Martí, dignísimo obispo que fue de esta diócesis, en la santa pastoral visita que hizo de toda ella, especialmente en nuestra misión de Guardatinajas, juris- dicción de la vicaría de Calabozo, donde, sentado por la tarde en un extremo de Ja plaza del pueblo y acompañándole sus familiares y yo, como encargado de aquella misión, se complacía, admiraba y celebra- ba el acierto con que manejaban los indios el arco y la flecha en el ejercicio que el corregidor y yo les mandamos hacer tirando al blanco para divertir un rato a S. S. Ilma. Con estas armas cazan, pescan, se defienden y matan, untando sus lancetas con un veneno que llaman curare, tan activo que lo mismo es tocar la sangre, que inficionar toda su masa y causar la muerte; sin embargo, como en el mismo acto de recibir la herida, se acierte a tener un gramo de sal en la boca, suele el paciente escapar la vida.

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