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428 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA de la Iglesia, de la población, de ellos mismos en común y en particu- lar y para mi propia subsistencia. Como son tan pobres, no tienen pro- porción de manifestar generosidad, pero no les falta algún rasgo de ella, especialmente con el Padre que les enseña, cuida y defiende, y también de caridad, amándose y asistiéndose mutuamente, en particu- lar las mujeres, en sus enfermedades y trabajos. En el asunto de supersticiones de que trata el artículo décimo, puedo asegurar que, sin embargo de atribuirse muchas a los indios, yo no observé, entre los muchos que manejé y traté, tanto cristianos como gentiles, otra especie de las cinco que tratan los moralistas, sino la vana observancia, y ésta contraída solamente a creer dos cosas: la pri- mera que, cuando la fucrza de la llama del fuego causaba en la leña con que sostiene, algunos estallidos, como el del tiro de una pistola de faltriquera, era avisar que el Padre se acercaba ya al pueblo, si estaba ausente, o que venía algún huésped. La segunda: que, cuando se per- día alguna cosa, se había de buscar por el rumbo o lado hacia donde se inclinaba el pabilo o pavesa de una vela encendida. El medio que yo usaba para destruirles esta especie de superstición, era hacerles ver que nec a Deo, nec a natura, nec ab arte tenía conexión alguna lo uno con lo otro. Al undécimo: que en ninguno de los idiomas de los indios ni de los demás, de que abundan las Américas y sus islas, vi ni supe jamás que hubiese Catecismo alguno de la doctrina cristiana, aprobado ni sin aprobar, por los señores obispos. Por este motivo, para enseñarla a los indios, no hallaba yo otro arbitrio que obligarles, y algunas veces con rigor, al uso del idioma español o castellano; y para confesar a los más cerrados en su lengua, el de preguntar y aprender de los que ya hablaban y entendían el español, aquellos términos que su idioma te- nía para inquirir y para responder sobre tal y tal especie de pecados y su número, tomándose el trabajo de escribirlos para mandarlos a la memoria y usarlos luego en la confesión y entender la respuesta de los penitentes. Y lo mismo practicaba para la exhortación e imposi- ción de la penitencia. Al duodécimo: que tampoco vi ni observé en nuestros indios acto alguno, inclinación ni otra cosa de idolatría; por lo que formé el juicio que aquellos que aún no conocían a Dios, ni entendían los misterios y verdades de nuestra religión, eran como los brutos que no reconocen ni adoran la divinidad del Ser Supremo, ni se inclinan a dar

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