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MISION DE LOS CAPUCHINOS EN LOS LLANOS DE CARACAS 329 fértiles y con ríos abundantes de pesca y caza, en las que, aun con más seguridad y conveniencias para los mismos indios, los reducían a una vida sociable, política y cristiana; los proveían los religiosos de toda herramienta para sus trabajos y labranzas y al mismo tiempo los socorrían dándoles rescates y otras cosillas, costeado todo con las li- mosnas que franqueaban los españoles. Con esta práctica sacaron estos propios misioneros en diferentes tiempos grande numerosidad de indios gentiles, con los que formaron seis numerosos pueblos, en los que se les enseñaba a vivir una vida política y cristiana; mas en los indios que, como bestias apetecen la querencia de los montes y despoblados, se volvían con facilidad a sus tierras, llevándose consigo muchos párvulos ya bautizados. Volvían los religiosos a sacarlos, y ellos a profugarse. En estas repetidas fugas se pasaron veinte y un años con imponderables trabajos y desconsue- los de los misioneros, hasta el año de mil seiscientos setenta y cuatro, que en un pueblo mataron los indios a macanazos y lanzasos al P. Fr. Pablo de Belicena, porque a la manera que podía les estorbaba sus fugas. De este acaecido resultó que se mudaron los más de los indios, no habiendo quedado más que unos dos mil en solos dos pueblos, por lo que el Prefecto, llamado Fr. Pedro de Berja, pasó a Caracas e informó de todo a vuestro obispo y gobernador, quienes acordaron se celebrase una junta con asistencia de dichos señores, de los dos ca- bildos, eclesiástico y secular, los prelados de las Religiones y D. Ro- drigo Navarra, Juez de la Casa de Contratación de Sevilla, que se hallaba en dicha ciudad de Caracas; y juntos, habiendo oído cuanto expuso el Prefecto y precedido varias juntas, acordaron se hiciesen algunos pueblos de españoles para resguardo de los religiosos y poder con menos riesgos contener a los indios en sus bebezones, instruirlos y civilizarlos. Diose cuenta de todo a Vuestra Majestad, quien se dig- nó aprobar todos los particulares que se decretaron, según consta por real cédula de mil seiscientos setenta y seis, en virtud de la cual fundaron estos misioneros capuchinos la villa de San Carlos de Aus- tria, y desde este tiempo empezaron a hacer las entradas escoltados de españoles armados, no para la ofensiva, sino para la defensiva de los mismos misioneros, cuya deliberación fue de muchísima importancia. Desde el expresado año de mil seiscientos cincuenta y ocho has- ta el de mil seiscientos y noventa, no hicieron los Capuchinos en esta provincia de Caracas costo alguno a vuestro real erario sino sólo el

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