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322 PUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA otro lado del río Apure; pero, instruidas que fueron por el dicho juez comisionado y hecha remisión de ellas al expresado tribunal de go- bierno con fecha de quince de febrero de mil setecientos ochenta y cinco, de que se dio vista al Procurador general de misiones Fray José de Soto, en treinta y uno de agosto del citado año de ochenta y cinco, y con consulta del asesor se determinó y aprobó por el gobierno, en auto de quince de septiembre del nominado año de ochenta y cinco, la fundación de la villa de San Carlos del Meta, librándose despacho al juez comisionado Don Gabriel Sánchez para que proce- diese a la numeración y lista de los vecinos y demarcar terreno con todo lo demás que consta de las diligencias del asunto. Entre tanto se formalizaban, yo, que estaba nombrado para fun- dador de dicha villa, no perdí tiempo en acopiar materiales para la santa iglesia y casa y, no satisfecho mi celo en servicio de Dios y de V.M. con este solo trabajo, emprendí la fundación de un pueblo de indios gentiles otomacos y yaruros en Sinaruco, con la gloria de ser uno de los que prometen más ventajas por su buen suelo y abun- dante para vivir; pero no tuve la misma gloria y felicidad con el que se destinó para establecer la villa, pues, cuando me hallaba más em- peñado en la empresa, sobrevino una rigurosa peste de calenturas en el año de ochenta y seis, que no sólo hizo salir precipitadamente a los tres o cuatro vecinos que hasta entonces tenía congregados, sino que, esparcida la voz, desanimó a los demás; sin embargo de lo cual me mantuve constante en aquel sitio con sólo los peones que me acom- pañaban, hasta que el día veinte y siete de septiembre del mismo año caímos todos enfermos de las mismas calenturas y, no hallando allí socorro en lo humano, determiné regresarme en una canoa por el Ori- noco hasta Apure con los mayores trabajos, por no traer más bogas ni sirvientes que los mismos enfermos, que recíprocamente nos auxi- liábamos en los cortos intervalos que no era fuerte la calentura. Sin embargo de este contratiempo, insistí por segunda vez en la preten- dida fundación de la villa del Meta con sólo la variación de acer- carla más así al río Sinaruco, para si este arbitrio desimpresionaba a los nuevos vecinos del horror que les había causado el temperamento del Meta o montañas de Orinoco, y desde luego emprendí construir una casa para habitar a las orillas del dicho Sinaruco y pasar el in- vierno del año de ochenta y siete. Pero nada bastó a conseguir vecinos, de modo que ni aun los tres o cuatro que habían empezado a

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