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194 - FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA que tomó el Sr. Centurión con esta pobre comunidad; de suerte que puedo decir con verdad, y lo mismo dirán todos los religiosos, que les ha costado más sufrir a Centurión que todas las intemperies del clima, que por su naturaleza no sólo es contraria a los extranjeros sino a los naturales, como se ha experimentado. Los ha aprensado tanto y los ha estrechado hasta impedirles el bajar a curarse a otros pueblos, usurpándome a mí la jurisdicción y facultades de mandar y disponer en mis religiosos súbditos y dársela a sus cabos militares y a gente ruin para que mandaran no sólo en los indios sino en los religiosos, y estos dichos cabos lo han hecho tan bien, que con la autoridad de Centurión han dado lugar no sólo a la fuga que han hecho sino a perder la vida, como sucedió a los tres religiosos Fr. Dionisio de Jerez, Fr. Fernando de Martos y Fr. Antonio de Cádiz, y por Cen- turión murió el P. Rufino, pues, con la negativa de los pueblos, se ofreció la subida de dicho R. Padre algo achacosa a lo riguroso de los Raudales en donde murió. De todo esto que llevo dicho infórmese V. Rma. de los religiosos y verá si es verdad, como el irritarse más que lo que estaba por el pasaje dicho con nosotros Centurión, por ha- ber yo llevado a mal la crueldad con que trató a los religiosos P. Fr. Félix de Ardales y P. Fr. Antonio de Cádiz, a quienes me los remi- tió presos con cuatro soldados y un sargento por toda la publicidad de Orinoco, pasando dos mil trabajos y enfermedades en el discurso de 40 días, que vinieron presos por el Orinoco arriba en el tiempo más crudo de sus crecientes y lluvias; de suerte que, cuando llegaron a mi presencia, eran en realidad dos difuntos, ambos con calenturas y acompañados de una inicua sumaria y una sentencia de 400 leguas de destierro, 200 que traían navegadas y otras 200 que faltaban para llegar a alto Padarno, que era a donde me ordenaba los pusiese. Pues sólo este lance es muy bastante para que veinte comunidades con más espíritu que la nuestra, se retirasen y se huyesen a donde jamás oyesen mentar a Orinoco. Vistos los religiosos tan enfermos y de peligro y la ninguna sustancia de la sumaria, no sólo los di por salvos e indemnes en ella, sino que los dirigí a los respectivos pueblos en donde eran presidentes. Pues lo que sucedió fue no dejarlos bajar los señores cabos ni en vista de tres obediencias que les remití; no hubo forma hasta que bajé a Atures, en cuya misión estaban dete- nidos y allí encontré ya cuasi difunto al P. Fr. Antonio de Cádiz y lo mismo al P. Félix de Ardales; pedí a los dos pata bajarlos con-

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