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ISION DE LOS CAPUCHINOS EN LOS LLANOS DE CARACAS 137 para nada. Compré una arroba de carne, y, por estar podrida, trajo no más que media. Asimismo le compré casabe para los bogas, que también decía ser todo del rey, y en su presencia pagué en plata a los bogas, que importó este pagamento cuatro pesos; y asimismo le saqué papel a este cabo, con expresión de lo dicho. Desde La Encaramada subimos a la misión de Urbana, donde hallamos al citado corregidor, quien dejó allí al Padre Fr. Juan de Málaga. Al Padre Fr. Gabriel de Benaocaz lo destinó a La Encara- mada, y a mí me destinó a los pueblos de misión Carichana, San Borja y el raudal de Atures. Y pidiéndole las providencias ofrecidas por los citados señores, dijo que él no tenía orden de dar cosa alguna; y sobre no dar nada, ocho arrobas de casabe, que llevaba yo compra- das en La Encaramada, me las pidió, ofreciéndome las abonaría me- jor en mi destino. Y nunca me las volvió. Dicho corregidor me acom- pañó hasta Carichana, diciendo que me iba a encargar los tres refe- ridos Pueblos y sus iglesias. Y, habiendo llegado a Carichana el día 14 de agosto, el 16 armó viaje para subir a la misión de San Borja; y al tiempo de embarcarnos, supuso que él ya no podía acompañarme, por el motivo de que había recibido un correo de su jefe, en que le precisaba responderle luego. Que subiese yo, que después subiría a practicar dicha entrega. Salí de hecho, y, habiendo llegado, encontré al cabo y dos soldados todos enfermos de calenturas, y un solo indio y los soldados componían el pueblo. Pregunté por los indios y dijo el cabo que el último día de junio, que fue cuando cogieron a los Padres, fue a ese pueblo el dicho corregidor Guido y saqueó toda la casa del Padre y se lo bajó a Carichana, y que los indios con ese he- cho, acordados, se mudaron todos al río Meta para nunca más volver. Al otro día administré en la misma iglesia a uno de los soldados enfermos y sumí a Su Majestad, que estaba aún reservado, porque el Sr. Centurión no dio lugar para ello; y al mismo tiempo llegó un indio de los prófugos, con su familia, que iba a recoger algunos tras- tecillos, que se había dejado. Avisóme el cabo, hícele llamar, y, ha- biendo venido con su familia, gratifiquélos a todos, y en la misma iglesia los aconsejé, presente el cabo y los dos soldados, y les dije que fueran y avisaran a los compañeros y se viniesen al pueblo, que yo era el que mandaba el rey para cuidarlos y que los gratificaría. Ofreció dicho indio que los traería a todos y fuése, y a los tres días vinieron todos los indios del pueblo, menos cinco almas que se que-

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