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MISION DE LOS CAPUCHINOS EN LOS LLANOS DE CARACAS 119 nosotros, pues, son, según ellos dicen y tienen entendido, pertenecien- tes a nuestro soberano. Asimismo tendré el gusto de poner en manos de V. S. un pliego de los capitanes, sus gentes y naciones, que se nos han presentando en San Carlos, del Río Negro y de las iglesias construidas, casas de religio- sos en las dos fundaciones nuevas, que el fervor, actividad y cariño de los indios fabricó, habiendo gastado en la de San Carlos, sólo 52 días, teniendo empleados hasta 200 indios en esta fábrica y con igual prontitud concluyeron las demás. No puedo menos de hacer alto para dar gracias a Dios en ver, o, por mejor decir, admirar el celo y emulación con que estos indios trabajaban en la casa de Dios, dejando traslucirse entre la densa niebla de su gentilidad los claros visos de la Providencia del Omnipotente con los que les auxiliaba al mismo tiempo que a nosotros, como que nos mandaba y estimulaba con tales prodigios a no perder ni un instante en el aprovechamiento y reducción de estas almas. No me hizo menor eco el respeto y gusto con que oían el nombre de nuestro soberano, que no contribuyó poco a estas primeras fábricas y al destierro total de sus bárbaros abusos, que no me servía para ellos de más razones y persuasión que el decirles cuando hacían algunas cosas de éstas: "Mirad que esto es contra lo que manda nuestro rey Don Carlos III". Se les quedaba tan fijo en la memoria, que no tuve que reprenderlo por segunda vez. Entre las preguntas que me hicieron, fue una la del capitán llama- do Cucuvi, hombre respetado por su valor y adornado de una políti- ca y viveza no bárbara, dirigiéndose a saber cuántas mujeres tenía nues- tro rey. Respondíle que una, pues el trato con mujeres era prohibido en nuestra sagrada religión. Esto sólo bastó para que diese de mano a las que él tenía, quedándose sólo con una. Siguieron su ejemplo los demás capitanes, lo que me hizo de nuevo dar repetidas gracias a nuestro Dios, pues sin un auxilio extraordinario de su divina providen- cia me parecía imposible se desarraigasen estas gentes con tanta facili- dad de lo que aun a los más cristianos y sabios ha hecho prevaricar. Con la misma facilidad abolieron el recibimiento o saludo de sus capitanes cuando se visitaban, que era como V. S. lo experimentó, un pequeño combate, en que salían muchos heridos del golpe de la flecha, como asimismo la fiesta que llaman del látigo o azote. Todo esto nos da claras pruebas de su docilidad y aptitud, que no debemos dejar perder para abrazar el cristianismo.
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