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' 1 u a 1 330 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA que vayan y so color del mayor servicio del rey nuestro señor, siem- pre van dirigidas a interés particular y a aprovecharse y utilizarse del trabajo y sudor de los miserables indios con pérdida de sus almas y de sus pueblos. 139.—El año de 1687 despachó el rey nuestro señor una real cédula para que en su virtud pasasen los misioneros Capuchinos de la provincia de Cataluña a entender en la reducción de los indios gen- tiles de la isla de la Trinidad y provincia de la Guayana y el Dorado; y desde dicho año hasta el de 1702 consta por autos el fruto tan grande que hicieron aquellos varones apostólicos, habiendo bautizado en este tiempo más de cinco mil indios de ambos sexos y fundado ocho poblaciones de ellos, cinco en la isla de la Trinidad y tres en la provincia de Guayana. 140.—A los doce años de entrados los Capuchinos en estas re- ducciones, estando por diciembre del año 1699 erigiendo un nuevo pueblo en la isla de la Trinidad con el título de San Francisco de los Arenales, sugeridos los indios del demonio, mataron cruelmente a tres misioneros que estaban entendiendo en su reducción. Al cabo del año y medio de su muerte, pretendiendo los vecinos de la ciudad trasladar los huesos de dichos religiosos a su iglesia, hallaron sus cuerpos tan frescos e incorruptos y la sangre tan reciente como si los hubieran acabado de matar. Todo esto consta difusamente de autos jurídicos que vio en la isla de Trinidad el Padre Fray Salvador de Cádiz cuando estuvo en ella los años de 1710 y de 1721, y de la relación instruida que en aquel tiempo hizo a Su Majestad la ciudad capital de dicha isla. 141.—Estando ya la isla pacífica, pretendieron los vecinos espa- ñoles que los misioneros les enviasen los indios varones que tenían reducidos en sus misiones para que les trabajasen en sus arboledas de cacao, prometiendo pagarles su trabajo, darles de comer y doctri- narlos el tiempo que los necesitasen para el cultivo de sus haciendas. Condescendieron en esto los religiosos; pero los vecinos nada cum- plieron de lo prometido, pues, después de seis y ocho meses que los tenían trabajando en sus haciendas, los enviaban a las misiones des- nudos, muertos de hambre, sin doctrina ni pagamento más que el de un guayuco, que se reduce a dos varas y media de coleta. Viendo los misioneros que no adelantaban nada los indios con el servicio a los españoles y que volvían a sus pueblos más bárbaros y pobres de lo

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