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322 FUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA y hoy en día el todo, por no poderlo hacer los cortos caudales y atrasos de esta provincia la divina Providencia, de quien cada día experimen- tamos prodigios y milagros patentes, que fuera prolijo referir. 128.—Después de los trabajos padecidos en solicitar el avío y despacho de las referidas escoltas y jornadas, en buscar los indios gentiles y apóstatas, reducirlos y sacarlos de los montes, comienzan luego los mayores afanes y angustias que se pueden considerar para la población, manutención y conservación de ellos; pues se ha de suponer que estos indios, así hombres como mujeres, salen desnudos de los montes, sin más alhajas que sus arcos y flechas, y la primera diligencia que se hace, es vestirlos a lo menos con aquel preciso ves- tuario que pide la honestidad, cuyo vestido apenas les dura en el cuerpo cuatro meses por la razón ya dicha antecedentemente de pu- drirse en breve con el sudor copioso del país; luego se le tiene de dar a cada uno su hacha, tacís, machete, calabozo y cuchillo, que son las precisas herramientas para rozar las montañas y cultivar las tierras. De suerte que, en sólo el vestuario y herramientas para cien indios, pasa en esta tierra de mil pesos de costo. Síguese después el haber de mantener a estos indios recién sacados, de carne, maíz, etc., a lo menos año y medio, por las razones ya expresadas en el principio y en el número 8, 9 y 10, dándole a cada uno el religioso su radón dia- ria, hasta que ellos puedan mantenerse con su propia industria, la cual, como en ellos es tan corta, y su inhabilidad y flojedad tan con- natural, nos dura de por vida este afán. A éste se sigue el desvelo y sobresalto de que no se huyan y se pierda todo lo trabajado, como muy de ordinario acontece, sin poderlo remediar, júntase también el afán de haber el religioso de asistir con ellos al trabajo de ir al monte para que corten las maderas con que han de hacer sus casas para ellos mismos vivir, como también pata cultivar la tierra, porque, si los deja solos el religioso, no hacen cosa alguna; y, en fin, todo lo que conduce a la vida política y aún natural, les tiene de enseñar el reli- gioso, y éste tiene de hacer el maestro. Para cuantas obras son pre- cisas en el pueblo, ha de ser el labrador que les enseñe a cultivar la tierra; el maestro que les ha de dar la forma para hacer sus casas, etc.; el médico que les ha de curar en sus enfermedades; el padre de familias que les ha de proveer de cuanto necesitan, pues no tienen otro recurso; y, finalmente, el párroco que con mucha paciencia y sufrimiento les tiene de instruir en los misterios de la fe, enseñán-

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