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290 PUENTES PARA LA HISTORIA COLONIAL DE VENEZUELA parajes había y las condiciones que pedían; y que el dicho Padre Vis- tabella se sacrificaría a vivir con ellos e instruirlos en la fe y que le enviasen las familias que ellos pedían y un religioso compañero con ornamentos para celebrar y algún socorro de hachas, tacises, machetes, calabozos, cuchillos, etc., para contentar y surtir a aquellos indios. El Padre Prefecto, en vista de esta noticia, consultó a los religiosos antiguos, y fueron de parecer que no se enviasen las familias que pe- dían los indios y estaban aseguradas ya en las misiones, pues la expe- riencia y conocimiento que tenían ya de los indios, se habían de ma- lograr y perder unos y otros, como así sucedió. Y sin embargo de este parecer, así por la vindicta pública como por dejar a la providencia de Dios ci acierto que pudiera haber si ellos permanecían, envió o des- pachó el Padre Prefecto al Padre Fray Arcángel de Albaida con todas las familias que pudieron caber en las canoas, y con el surtimiento que pedían de ornamentos, bastimentos, herramientas y sierras para los indios; y el paradero de todo fue que, así que se hallaron con sus parientes y crecieron los ríos, saliendo de madre e inundándose las sabanas, quedando aislados en el expresado sitio de Caniaguán, en la conformidad que queda dicho, quisieron matar los indios a los dos ex- presados misioneros, los que salieron huyendo por aquellos aguarales o mar a pie, con el agua a los pechos y a la cintura, con mucha ham- bre, tal que les obligó a apacentarse del pasto que hallaban como si fueran bestias. Por fin salieron casi milagrosamente después de algu- nos días al sitio y hato de Paraima, sobre ci Pao, hechos mil pedazos, muertos de hambre, quedando el Padre Vistabella tullido y enfermo, de que se le originó en breve la muerte; y los indios, así gentiles como los cristianos que habían llevado, todos perdidos y de peor condición de la en que estaban antes, haciéndose con éste y otros ejemplares su- cedidos más difícil su reducción por sola la palabra evangélica que no oyen, ni, aunque oigan, comprenden, por ser en todo de tan corta capacidad y tan brutales. Por donde es necesario trabajar primero muchos años y hacerlos a fuerza primeramente racionales y que guar- den la ley natural y el derecho de las gentes, a que deben ser compe- lidos por su príncipe o por cualquier ministro real, y después, con suavidad, irlos aficionando a la ley divina y a la fe de Jesucristo. Este suceso con los demás que estén referidos y otros que omito, constan más por extenso de los autos e informaciones que por mandado del

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