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MISION DE LOS CAPUCHINOS EN LOS LLANOS DE CARACAS 481 y habiendo conseguido el que les oyesen, que es lo difícil, trataron de hacer un pueblo en un sitio donde dieron a entender los indios que- rían, y, cuando creyeron los tenían ms seguros, por afianzarlos en él todos, resolvieron traer los muchachos que ya estaban cristianos y mujeres, a los que dieron nombre de rehenes, para que éstos les co- municasen el buen tratamiento que les habían dado, y, habiendo jun- tado los unos con otros, a poco espacio volvieron a seguir su antigua naturaleza de no apetecer cosa de razón y retirarse a las montañas, a que los Padres, con halagos y esfuerzos de su anterior celo, procura- ron persuadirlos, beneficio que pagaron con seguirlos a flechazos; y, habiéndose guarecido en una mala casilla, en ésta les tuvieron cercados cerca de un mes, en donde los mantuvo la divina providencia con una poca de harina de maíz y a fuerza de arbitriosa maña, pudieron escapar de su tiranía, habiendo venido a su misión, después de largo tiempo, sin hábito y comiendo raíces y lagartijas para man- tenerse, siendo el mayor trabajo el único desconsuelo que les asistía, el ver perdían los nuevamente reducidos y los demás cristianos que habían tenido en la villa, yéndose todos al precipicio que les lleva su ignorancia, habiendo profanado los vasos y ornamentos sagrados. El repetir el natural de estas gentes no parecerá creíble que los que son hombres y se debe discurrir con entendimiento no apetezcan lo de su bien; sin embargo de experiencias y porque V.M. esté enterado y en el conocimiento de la incapacidad de esta gente, las partes que apetecen, a donde se retiran, es en los llanos, en partes tan bajas que en el invierno se inunda y hace un mar toda aquella tierra, y ellos entonces, por escapar las vidas, se ponen en los pimpollos de los ár- boles, en donde con algunas ramas forman un género de lecho que llaman barbacoas, en donde no tienen otra prevención que la de un género de caracoles grandes que la misma inundación aboya arriba, que, al ver alguno su hambrienta necesidad, les obliga a arrojarse al agua, partiendo tan corto y mal mantenimiento entre todos los de la familia, que allí están retirados. Y, cuando llega el verano, el que ha escapado con la vida, no tiene más que el cadáver, y entonces, con lo que se reforman, es con la deleitosa vianda de lagartijas, cuebras y otros animales inmundos. Es cierto, señor, que quien no ha experimen- tado la incapacidad de esta inculta gente, aunque mucho celo le asiste en el servicio de Dios, siempre errará los informes que hiciere a Vues-

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