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MISION DEL CARONI.—CAPITULO III 57 con la de los Pompeyos, de los Aurelianos, y de otros Césares revesti- dos de poder por las famosas águilas del imperio romano? ¡Ahi callen para siempre los fastos históricos, cesen en todo (le alabar los guerre- ros, de aplaudir sus victorias, mientras yo pongo a Bolívar sobre to- dos ellos por carecer (le tantos medios. Hablad Boniboná, Pichincha y Juanambú: habla tú, oh Perú, tú que viste veinticinco generales, mil y cien jefes y oficiales de todas graduaciones; diez y ocho mil soldados veteranos y aguerridos rendirse a la espada y al talento del capitán (le nuestro siglo. Se ha querido comparar a Bolívar con Napoleón: comparación exagerada cuando nada puede igualarse a la grandeza y sabiduría del guerrero americano. Napoleón se estrelló contra obstácu- los materiales: los hielos de Rusia, la sangre de Waterloo fueron los diques que atajaron su carrera y en un instante le derribaron aquellas columnas que pudo soñar en los delirios de su fantasía. Napoleón, se- gún un filósofo, fué un globo aerostático que, después (le haberse de- jado ver en tres partes del mundo, se le acabó la fuerza y fué a caer en la isla de Santa Elena. Como fué un globo, acabados los materia- les, todo se le acabó. Ile aquí en lo que se diferencia de Bolívar. El americano luchó, venció y murió vencedor. Napoleón murió vencido. Napoleón siguió tres partes del mundo, y de tanto que ganó nada le que- dó. Bolívar siguió una, pero muy dilatada; y de todo cuanto conquistó quedó existente fruto de sus fatigas. Desde las riberas del Orinoco hasta la cumbre de los Andes está patente el fruto de sus victorias. ¿Y por qué todo esto? Todo fué efecto de ese talento inimitable que supo (lar los pasos tan bien acertados, que supo cercenar de los preceptos todo lo que tienen de árido y seco, que ocupó el espíritu sin fatigarlo, que lo convidó por la atracción de la suavidad, que lo atrajo por el gusto de la novedad: que ningún proyecto lo espantó, ningún trabajo lo fatigó, ninguna pérdida lo amedrentó, ninguna ambición lo engañó, y en todo resplandeció como un sabio consumado, manifestando a todo el mundo la singular superioridad de su genio político y militar. iznon oir consilii...... Conociendo como buen católico que todas las gracias nos vienen del Padre de las luces, confesaba frecuentemente en medio de los aplausos: "la Providencia y no mi heroísmo ha obrado los prodigios que admirais" (1). "No quiero honores, no quiero aplausos; dho- norifico título que rae dáis de Libertador pertenece a mis compañeros en el combate: ellos y no yo merecen las recompensas con que en nombre de los pueblos queréis premiar en ml servicios que ellos han hecho.... No quiero títulos, no quiero honores, sólo la paz, sólo la felicidad de mi patria.... Yo imploro del Congreso y del pueblo la gracia de simple ciudadano. . . que se me permita pues esperar una muerte oscura en el silencio del hogar paterno". ¡Espíritu generoso! Aquí teneis la humildad (le un Libertador. Observadla, políticos am- (1) Vida púbi, de Bolívar, tom. 1, pág. 116.

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