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MISION DEL CARONI.—CAPITULO II 37 exigía que los trataran bien y les pagaran un jornal equitativo (1). Murió este santo varón el 15 de febrero de 1894. Su en- tierro fué una verdadera manifestación de duelo en toda la provincia de Barcelona. "I'adre viejo, decían los indios llo- rando, ¿por qué te has muerto, viejo, y nos dejas solos y sin protección?" EL P. QEEGARIO DE BARCELONA.—Estaba re- cién ordenado cuando llegó a Cumaná el año 1843, y fué des- tinado a Nueva Barcelona para servir de coadjutor al señor Vicario, llegando después a ser Párroco de aquella ciudad. Do- ce años más tarde el general Monagas, que era amigo suyo, le hizo venir a Caracas, y si copioso había sido el fruto espi- ritual cosechado en Barcelona, fué mucho mayor el bien que hizo en la capital. El Ilmo. Sr. 'Guevara y Lira le nombró Párroco de la iglesia de la Divina Pastora, situada en las afue- ras y parte alta de la ciudad. Había sido construido este pe- quefio templo por el venerable sacerdote don Salvador José Bello a mediados del siglo XVIII, y en 1773 lo ofreció a los Mi- sioneros Capuchinos para que les sirviera de Hospicio, pero no fué aceptado, y se constituyó en Parroquia. En esta Iglesia comenzó a trabajar el P. Olegario, pero luego se persuadió que el local era insuficiente y resolvió ha- cer una iglesia nueva. Obtenido el permiso del Prelado y aprobado el plano, comenzaron las obras, saliendo el P. Ole- gano todos los días a recoger limosnas en las casas de familia (1) Se cuenta que pretendiendo casarse un joven con una niña Piadosa, esta lo consultó con el P. Odena, quien la aconsejó que de ninguna manera la convenía tal partido por ser aquél conocido pú- blicamente como de disolutas costumbres. Despechado el joven, ma- quinó la muerte contra el Misionero, y para llevar a cabo tan criminal intento se valió de sus hermanos, los cuales se presentaron en las al- tas horas de la noche en la casa parroquial, diciendo que un enfermo grave lo necesitaba para confesarse. Salió con ellos el P. Nicolás sin sospechar la celada; entretanto que se acercaban a la casa, el asesino se metió armado en su cama, con el fin de matar al Padre cuando en- trara en su pieza. Penetró efectivamente la inocente víctima, saludó al enfermo y no obtuvo contestación; se acercó a la cama, lo sacudió y... estaba muerto Salió entonces a la sala donde sus hermanos es- peraban el desenlace de la tragedia, y les dijo: Mis hijos, me habéis llamado tarde, el enfermo está muerto. Aterrados por tan terrible cas- tigo, confesaron su crimen y pidieron perdón al siervo de Dios, que generosamente se lo concedió.

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