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EPILOGO DE LAS MISIONES 369 comunicación necesarísima que hasta entonces habían hecho impracticable los indios en ella, pues fundaron los Padres ob- servantes en menos de veinte años varios pueblos: unos que se llaman de Doctrina, y eran los que pagaban tributo, y otros que decían de Misiones, sometidos cii lo espiritual y en lo tem- poral a los religiosos, con exclusión de toda otra autoridad, sin comunicación con los hombres de otras razas. Y no fué sin trabajos y peligros, pues amós de oponerse a su celo la natural desidia e insubordinación de los indígenas catequizados, otros que eran independientes y feroces aloca- ban e incendiaban con frecuencia SUS establecimientos. Dos veces lo hicieron así los Caribes a fines del siglo XVII, y una en la primera mitad del XVIII. Religiosos hubo que sufrieron el martirio en esta ingrata tarea; y muchos (le ellos de fatiga y penas murieron, víctimas de su constancia santa, desintere- sada y pura. Por fin, renovándose de cuando en cuando la Misión con religiosos enviados de España, lograron asentarse definitiva- mente cii la provincia, la cual contaba en 1799 treinta y ocho pueblos, fundados por ellos, con veinticinco mil habitantes, de legítima raza indígena casi todos. Los Capuchinos aragoneses fueron encargados de reducir a los indígenas de Cumaná haciéndoles gustar de las dulzu- ras de la vida social en un tiempo en que poco o nada avan- zaba la conquista militar, y azotaban el país los Caribes en sus airevidas y funestas correrías. Paulatinamente ganaron te- rrno los Misioneros, en la tierra llana y descampada, no así en la quebrada montuosa, que opuso siempre más obstáculos a su empresa evangélica. Con todo eso, no dejaron de hacer grandes progresos, pues a fines del siglo XVIII tenían funda- dos diez y siete pueblos de doctrina y doce Misiones con diez y ocho mil habitantes, indígenas casi todos. Fueron también los Padres Capuchinos los que trabajaron cii la Misión de Guayana, aunque, por desgracia, (al princi- pio) con menos buen éxito que en Cumaná y Barcelona. Su primera entrada en aquel país fué en 1687, mas nada hicieron entonces, ni ellos, ni antes los jesuítas, ni candelarios, que ha- bían querido llevar a las comarcas del Orinoco la civilización y el Evangelio. Acosados del hambre y las enfermedades, tu- T. xu.—s'. 24

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