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LAS ENCOMIENDAS.—CAPITULO VII 345 las minas, y, de las indias, para el servicio doméstico, y tenían su an- tecedente en la distribución que se hacía entre los nobles mejicanos de gente del pueblo para su servicio personal o cultivo de sus pro- piedades. Las encomiendas respondían a la costumbre que existían entre los indios de hacer esclavos a los prisioneros de guerra y a los habitan- tes de los territorios que conquistaban y repartirlos entre los jefes. De modo que aun cuando esas instituciones hubiesen prevalecido bajo la dominación española, con los mismos caracteres que tenían en Méjico y en el Perú antes de la conquista, no podría decirse que había empeorado Fa condición de los indios. Pero lo cierto es que, no sólo no siguieron establecidas como las encontraron los conquistadores, sino que sufrieron grandes cambios en beneficio de los indígenas, y si bien no fué posible mantener las ordenanzas de 1542, porque, de dejarse en absoluta libertad a los indios, dada la tendencia a la holgan- za de éstos y sus escasas necesidades, no habría sido posible cultivar, ni en mucho ni en l)OcO, los países descubiertos, o hubiese sido indis- pensable llevar tal número de trabajos peninsulares, que la despobla- ción de España hubiera sido la consecuencia de la conquista. Si no pudieron mantenerse las ordenanzas y subsistieron las encomiendas, dictárense múltiples disposiciones para mejorar la condición de los indios. El criterio del P. Las Casas era muy humanitario en teoría, pero impracticable; porque ni la reducción de los indios podía hacerse exclusivamente con Fa predicación, ni hubiese conducido más que a retrasar la civilización (le América. Así lo reconoce un ilustre escri- tor peruano, D. Enrique Torres Saldamando, el cual, en sus apéndi- ces al libro primero de Cabildos de Lima, dice: "Si no produjeron las encomiendas los provechos que se esperaban al establecerlas, no fué por falta de sabias y acertadas disposiciones de los Monarcas españo- des; los encargados de ejecutarlas son los únicos responsables de su servancia. Quejas inauditas, acusaciones innumerables, se lanzaron contra el establecimiento de las encomiendas, pero es necesario, para juzgar desapasionadamente las instituciones, remontarse a la época en que tuvieron origen, examinar con detenimiento si fué posible por otros medios satisfacer el propósito que se anhelaba conseguir. Es- tamos persuadidos de que si hoy estuviera en vigor la legislación que se dió para regirlas y se cumpliera con estrictez, nuestros indígenas no hubieran llegado al estado de abatimiento y degradación en que se encuentran". Desde luego, puede asegurarse que, de haber triunfado por com- pleto el criterio del P. Las Casas, no habría podido escribir Bernal Díaz del Castillo, refiriéndose a la primera mitad del siglo XVI: "Y pasemos adelante y diganios como todos los más indios, na- turales de estas tierras han aprendido muy bien todos los oficios que

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