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30 LOS FRANCISCANOS CAPUCHINOS EN VENEZUELA en él se somete a los Misioneros a la jurisdicción de los Obis- pos, desconociendo la autoridad de sus legítimos Superiores, y se les pone por encima al Director general, al Jefe de cir- cuito, y a los capitanes pobladores o comisarios. Los Misio- neros quedan como simples amanuenses bajo la dependencia de cuatro superiores, además del Prelado legítimo, de modo que no tenían libertad para nada; aun en lo puramente espiri- tual se les manda en el articulo IV simplificar las prácticas de devoción. Se les señala par su subsistencia y para aten- der al culto la asignación (le 400 pesos anuales, con prohi- bición de exigir nada a los indios o civilizados por el ejercicio del ministerio. En estas condiciones ya se ve que les era ¡ni- posible continuar en sus puestos. Queda dicho y probado que los treinta Misioneros con- tratados por el Gobierno para las Misiones, estaban en sus puestos al comenzar el año 1843, precisamente cuando ter- minó el l)eriOdO constitucional del General Páez. 6. El nuevo Gobierno parece que no se consideró obli- gado a cumplir los compromisos que tenía con los Misio- neros; dictó varios decretos opuestos a la naturaleza de las Misiones y contrarios a lo pactado en Marsella entre los Mi- sioneros y el Comisionado del Gobierno anterior(1): en el dado el 12 de julio de 1843 ordenaba que "los Misioneros prestasen el juramento por el que quedaban obligados a soste- ner a todo trance la Constitución y demás leyes de la Repúbli- ca, y además a tornar carta de naturaleza en la misma, y que de no hacerlo así, estaban obligados a reintegrar a la nación todos los gastos de trasporte desde Europa hasta la misma República, y por último, a salir de ella". No les era posible a los Misioneros en aquellas circunstancias nacionalizarse, esto es, renunciar a la protección que la madre Patria po- día dispensarles en aquella situación angustiosa, exponiéndose a los atropellos de los Comisarios, tanto más cuanto que el Director de Río Negro era un zambo Brasilero, llamado Pe- dro Joaquín Ayres, que no pensaba más que en si mismo y no tenía consideración alguna con los Misioneros y menos aún (1) Véase nuestro t. 1. pág. 358, donde se encuentran los esfuer- zos de nuestros Misioneros para restablecer las Misiones del Apure.

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