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166 LOS FRANCISCANOS CAPUCHINOS EN VENEZ Cuando yo desembarqué, fui inmediatamente a verlo, y me encontr en su cabecera a dos Padres Observantes del convento de Caracas, qu hablan bajado a la Guaira con motivo de pedir a los viajeros de lo buques; el uno era Vicario del convento y se llamaba Fr. Andrés Por domo; el compañero no recuerdo como se llamaba. Recibió el siervo de Dios los Santos Sacramentos con indecibl fervor, devoción y ternura tal, que nos las infundió a todos los circuas tantos. Hizo la protestación de la fe católica, y como verdadero ob servador de su regla seráfica, hizo desapropiación de las pobres cosi llas que había en su alforja; pidió humildemente perdón a todos, y al notar que le faltaban las fuerzas, él mismo se acomodó en el Catr Y puso sus manos en las mangas como si estuviera amortajado. Su alma voló al cielo en un tránsito suave, devoto y quieto, si notarse la más leve señal de agitación de espíritu; levantó los ojos a cielo suavemente y expiró sin hacer otro movimiento. Estábamos pre sentes, además de los dos Padres Franciscanos, de que ya hice inca cibn, D. Juan Bravo de Acuña, Maldonado, el capitán Montano y yo con otros muchos devotos. Recogí el Santo Cristo, el Lignum Crucis, las cuentas de la Vene rable Madre Juana (le la Cruz; y con este motivo se movió una larg discusión, sobre quién había de quedarse con estas reliquias; por fin convencidos de que era disposición del finado que se entregara tod al general Urzúa, y comprometida ini palabra de que así lo haría, ce dieron todos; pero no se resignaron, porque entrada la noche, y cuan do se quedaron solos los religiosos, con Maldonado y Acuña, resolvie ron cambiarle el hábito que tenía puesto el siervo de Dios para que darse con él como reliquia. Hicieron de prisa un hábito nuevo, y al querer sacarle las mano de las mangas para desnudarle del hábito viejo, notaron una resisten- cia extraña que no pudieron vencer, a pesar de juntarse todos y tira unos de un lado y otros de otro; atónitos y confusos con tan extra- ño suceso, empezaron a discurrir cuál sería la causa o el motivo por que el siervo de Dios no se dejaba quitar el hábito, cuando sus deseo eran buenos y santos. Es que Dios no quiere que (le manera alguna se falte al recato y modestia con el cuerpo del Santo Hermano, decían los religiosos; y los seglares presentes lo atribuían a sus propios pe cados. En medio de estos afectos y turbación, tino de ellos, estimulad por este inexplicable suceso y por el deseo de poseer aquella reliquia dijo con grande fe al P. Perdomo: Mándele por obediencia al cadáver que se deje desnudar el hábito para ponerle este nuevo. El Padre dij entonces: Fr. Francisco, en nombre de Dios, en virtud ele la santa obe diencia, yo te mando que nos dejes cambiarte el hábito. ¡Oh prodigio Apenas había terminado el P. Perdomo de intimar la orden, y el ca- dáver saca las manos de las mangas y extiende los brazos corno si es- tuviera vivo, y se puso además todo su cuerpo tan flexible, que pudie-
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