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FR. FÍANCISCO DE PAMPLONA.—CAPITULO IX 165 : : 1 lo concerniente a la enfermedad y muerte del siervo de Dios. Dice así (1) "Venia yo de pasajero en el navío del capitán Montano e hice via je con Fr. Francisco, (le Cumaná a La Guaira, y observó el gran res- peto y veneración que todos tenían a Fr. Francisco, no sólo porque lo consideraban como siervo de Dios, sino por la confianza que tenían en él, como capitán valeroso, pues teníamos noticia que nos acechaban los corsarios. Comíamos juntos el Venerable Hermano, el capitán y yo, y era grande el empeño que ponía en servirnos. Al llegar frente al puerto de Cum'anagoto (Unare), ancló el buque a legua y media de distancia, pues Fr. Francisco tenía el encargo del Superior (le man- darles cera, harina y vino para celebrar y otras cosillas, y quise yo acompañarle en la barquita; llovió tanto que llegamos completamente calados. Alojamos en casa del señor cura aquella noche, y por más instancias que le hicimos, no fué posible hacerle quitar el hábito para secano, y así pasó la noche. A la mañana siguiente, después que es- cribió a los Pudres Misioneros dándoles cuenta de su viaje y de las cosas que les enviaba, volvimos al buque; pero, a causa de la mojadu- ra, le. vinieron tinas fiebres tan fuertes, y se le agravó de tal manera el mal de gota, que padecía unos dolores horribles, y no podía moverse de un lado a otro; ciaba lástima verle, al mismo tiempo que nos ecIifi caba con su heroica paciencia y profunda humildad, pues no quena que le sirviéramos en nada, y me pid ó como favor que lo cuidara sólo Domingo, que era un esclavo que yo llevaba para mi servicio. Reconoció el enfermo que se acercaba su última hora, pues la do- lencia se iba agravando por momentos; me llamó entonces y mneclijo que quería escribir a] Rey y al Cardenal Moscoso; me dictó las cartas y yo las escribí y me rogó que, junto con el Lignum Crucis, que lleva- ba al cuello, se la entregara a D. Pedro Tjrzúa, que estaba con sus ga- leones en Cartagena, en agradecimiento por los servicios prestados a 1k Misiones y por ser deudo suyo, y con esto se sosegó un poco. Lle- gamos al puerto de La Guaira, y estaba ya tan postrado, que acorda- mnos bajarlo del barco para que lo vieran los médicos. No se pudo tener en pie, y fué preciso bajarlo en el mismo catre donde estaba re- costado y valerse (le las polcas del buque, sufriendo mucho el enfermo en las sacudidas y movimientos. Al llegar a tierra se encontró con dos antiguos amigos que habían llegado en Otro buque; eran estos D. Juan Bravo de Acufra, que iba (le Gobernador a Mérida, y D. Francisco Mal- donado, Veinticuatro de Sevilla, y se lo llevaron a su posada, quedan- do en mi poder las alforjillas, que no contenían 'otra cosa que el diur- no y algunos rosarios y medallas y un capucho viejo que le servia de cartera en que guardaba los documentos y cartas de los Misioneros. (1) Vida de Fr. Francisco de Pamplona cit., por el P. Anguiano, p. 182. y sigs.
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