BCCCAP00000000000000000000505

111 160 LOS FRANCISCANOS CAPUCHINOS EN ca, le besó la mano, y después de contestar con mucho fervor a la multitud de preguntas que le dirigió, hizo relación de la comisión que le habían encomendado, suplicando con gran humildad fuese servido de concederle lo que pedía por ser obra tan santa y de mucha gloria de Dios y bien de las almas. Otorgóle Su Majestad cuanto podía, y le ofreció su amparo en todo lo que necesitase, como lo hizo después. Con esta buena acogida fué arreglado en la Corte lo concerniente a la Misión, y en el otoño del año 1643 se trasladaron a Sevilla (1). Hizo este viaje Fr. Francisco totalmente descalzo por los caminos fragosos de Sierra Morena, por lo cual se le arreció el mal de gota, y de tal manera le apretó antes de llegar a Cór- doba, que el P. Prefecto, viendo sus grandes congojas, y que le era imposible caminar, le ordenó se recostara un POCO en un bosquecillo; obedeció Fr. Francisco, y meditando los do- lores de la Pasión de Cristo se quedó dormido. El P. Buena- (1) En este viaje, que hicieron a pie los Misioneros, hay un epi- sodio que merece ser aquí referido. Al llegar a la venta, poco distante de Yébenes (Toledo), se acercó Fr. Francisco a pedir algún socorro al ventero, que se llamaba Juan de Dios, y era muy devoto y bienhechor de los Capuchinos; mien- tras disponía la comida, trabó conversación con Fr. Francisco, y al saber que era de la provincia (le Aragón, le preguntó si era cierto que D. Tiburcio de Redín, soldado muy famoso, había tomado el santo hábito de su Orden. —Si, hermano; ya es profeso en nuestra Reli- gión.--Entonces Juan, juntando las manos y alzando los OJOS al cielo, dijo:—Gracias a Dios que le ha traído a su verdadero conocimiento. Pero.. . diga, Padre, ¿le parece que perseverará? —Confío en Dios que si, hermano, pues. Su Alajestad divino, que le ha hecho ese singular beneficio (le traerlo a la Religión, le dará la santa perseverancia.—Vive Dios, Padre mío, continuó el posadero, que temo mucho; porque. hombre tan tremendo y desbaratado como él no le he visto en mi vida; siempre que pasaba por esta venta, al instante la empredia con cuan- tos hallaba en ella; a unos a palos, a otros a pescozones, y a mi y a mis criados con frecuentes burlas. Nos PUSO muchas veces en términos de perdernos. ¡Mal hombre era! Así continuó refiriendo Juan de Dios varios lances (le los que allí habían pasado, ponderándolos mucho y recriminándolos, Fr. Francis- co oyó tO(lO, y, sin Poder contenerse, llenos los ojos de lágrimas, se puso de rodillas, pidiendo perdón de las injurias que le había hecho. —Yo soy, hermano Juan, aquel mal hombre r gran pecador Bedin; yo, el que tantas veces ofendí a Dios en esta venta, ahora debo ser pisado, por los malos tratamientos que te hice; véngate de mis agravios, pisa- me muchas veces la boca y perdóname, amigo. Aturdido ci -posadero al ver y oír a Fr. Francisco, sin hablar palabra, se puso también de rodillas y comenzó a llorar de-ternura... Por fin, Fr. Francisco con- siguió besar los pies a Juan de Dios y se abrazaron amigablemente quedando todos edificados.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz