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158 LOS FRANCISCANOS CAPUCHINOS EN VENEZUELA "Un escritor belga, Jean de Gerimont, acaba de publicar un libro, corto de páginas y largo de sustancia, sobre don Tiburcio de Redin, a quien ha hecho popular el famoso retrato del Museo del Prado, atri- buido, creo que con poca verdad, a Fr. Juan Riji. En el retrato, apa- rece D. Tiburcio con el entrecejo fruncido, como un nubarrón de tor- menta, sobre su mirada dura y desafiadora; los bigotes encabritados por las puntas, el mentón audaz y provocativo, orlado de un pelillo áspero e impertinente; la cabellera revuelta e indómita, cayendo so- bre el cuello; las botas, altas y pesadas. Junto a él, en la penumbra del fondo, hay una mesa y en la mesa una pistola.... Todo revela en el retrato una vida plena, intensa, desbordante, 'Y esa vida, con toda su atolondrada incongruencia, es la que nos cuenta en su libro Jean de Gerimont, no con la tiesura de una disertación eru- dita, sino con la gracia amena y frívola de una conversación de so- bremesa. La vida de D. Tiburcio es una vida espai'iolísima, impaciente, in- quieta, curiosa. Si trazáramos, con una línea de lápiz, sobre un mapa, el recorrido de sus viajes y andanzas, nos quedaríamos asombrados al ver cómo ci español del siglo de oro vencía en inquietud viajera a nuestros modernos turistas y hombres de acción y de negocios. D. Tiburcio es un curioso insaciable. Ama, lucha, viaja, peco, reza... Su actividad no es el movimiento animal del hombre moderno, que le llamamos activo porque, con su libreta debajo del brazo, va y viene a sus negocios. No; es la inquietud del espíritu que se dispara plenamente tras de cada cosa y tras de cada estimulo. Yo calculo que vida de D. Tiburcio de Redin, daría para que vivieran hoy día, por lo menos, diez o doce rentistas y veinte o treinta empleados públicos. A los catorce años, D. Tiburcio de Redín se va a Milán, a las gue- rras de Italia. A los ventidós se emb-arca para las Antillas. Piratean- do por las anchuras del Océano, su nombre llega hasta las más remotas tierras del Nuevo Mundo. Las madres, para asustar a sus hijos, dicen: ";Redíii va a venir/" . . Poco después le tienen en el bombardeo (le Lisboa. Luego le vemos en Madrid y en Sevilla, mimado del Rey, ad- mirado de todos, entre lances, amoríos, cuchilladas y destierros. Más tarde, vuelve a América. Al fin, cuando más parecía que le sonreía la fortuna, de pronto, parte un día para un convento de Capuchinos: toda esa exuberante y recia humanidad que vemos en el lienzo atribuido a Riji, se mote, como un león en una jaula, en un áspero sayal de fraile. Va a las Misiones del Congo, sube luego a Londres y a Roma, piensa en ir al Japón, torna a América y, a la vuelta, muere en el mar... ;Bra- va y españolísma vida esta de D. Tiburcio de Redin! Gran pecador y gran santo, después de haber ido a tantos rincones de la tierra, quiso también ir al cielo. . .

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