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Fil. FRANCISCO DE PAMPLONA.—CAPITULO VIII 157 cual supo su llegada un antiguo camarada que vivía en aquella villa. Este señor quiso, por la mañana, llevarnos en coche hasta Molina; pero Fr. Francisco aprovechó la oportunidad para reprocharle su mala vida, pues vivía en mal estado, y lo hizo con tanta viveza que yo temí se enojara; pero no fué así, pues le agradeció mucho sus consejos y le prometió cambiar de conducta. A pesar de las ofertas de la señora donde nos alojamos y las ins- tancias de aquel señor, no aceptó nada Fr. Francisco; así que llegarnos casi en ayunas a Cariñena, y como era ayuno y ya muy tarde, el pobre sacerdote donde nos alojamos no tuvo nada que ofrecernos para cenar, ni permitió Fr. Francisco que saliera a buscarlo; él mismo hizo unas sopas, por cierto muy mal, pues tenía poca habilidad para cocinero. Al (lía siguiente llegamos a Daroca, donde fuimos muy bien aten- didos en casa de los hermanos que tenían un hijo Canónigo de la Co- legiata; el martes de la Semana Santa pasamos el puerto pisando nieve con mucho frío, y llegamos al oscurecer a un pueblecito, dislante dos leguas de Molina, de sesenta vecinos, y nadie nos quiso dar alojamiento, ni el señor cura, ni el alcalde, ni los regidores; pedimos limosna y nos dieron unos mendrugos de pan, y una pobre mujer nos ofreció una sardina ton grande como nunca la hemos visto. Salimos hacia las eras y hallarnos unos corrales abiertos, donde dormía ganado de cerda; y mientras que yo recogía unos tomillos para hacer lumbre, Fr. Francisco se fué con una teja a traer fuego de una casa vecina; as-amos la sardina y la comimos con pan, y después nos fuimos a beber agua con la mano en una balsa que había cerca, y luego, dando gracias a Dios, nos recostamos al lado del fuego y así pasamos la noche. Por la mañana vino el señor cura del lugar a darnos excusas, pues, por los mensajeros de D. Martín, supo quien era Fr. Francisco, el cual atendió con gran reverencia al sacerdote, como si hubiera recibido de él muchos agasajos, aunque, a lo último, le dijo que hospedara a los eligiosos por amor de Dios, sin tener en cuenta las personas. Salimos temprano el Miércoles Santo hacia Molina, a poco encon- tramos a D. Fernando de Pañarrieta, Oidor del Consejo de Ordenes, muy amigo de Fr. Francisco en el siglo, que venia con mucho deseo de verle y ofrecerle el coche, para anticipar al Gran Prior el consuelo de ver a su hermano, pero no lo aceptó Fray Francisco; llegamos, por fin, a Molina; se abrazaron los dos hermanos, luego se sintió mejorado D. Martín. Estuvimos allí hasta dejar levantado al enfermo, y volvi- mos a Zaragoza, pasando por los conventos de Calatayud y Tarazona, según la orden que recibimos del P. Provincial". 8. En comprobación de lo dicho, permítasenos cerrar este capítulo con el siguiente juicio crítico acerca de un libro recientemente escrito sobre D. Tiburcio:

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