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156 LOS FRANCISCANOS CAPUCHINOS EN al Siervo de Dios y le dijo el estado de salud de su madre, y que había determinado fuese a asistirla y que partiese cuant. antes para Pamplona con el P. Juan de Peralta. Era entol ces invierno, y tiempo riguroso de vientos, lluvias y nieve; sa, lió al camino el capellán con mulas y le dijo el gran pe1igro en que quedaba su madre; después salieron varios caballeros y deudos en coche, pero no hubo medio de hacer que entrara en él. Yo, decía, Jijee voto de observar la regla que me manda caminar a pie. Llegó por fin a la ciudad, y, no obstante el es- tado de su madre y las instancias de todos, lo primero que hi- zo fué ir al convento a pedir la bendición al P. Guardián y darle obediencia, y después fué a ver a su madre, edificando a todos con su abnegación, desprendimiento y amor a la ob- servancia de sus reglas. Ya en su casa, se encontró ilhí con el Sr. Obispo de Pamplona, D. Enrique Pimentel, a quien pidió la bendición antes de saludar a su madre; luego, con el Santo Cristo en la mano, la exhortó a resignarse a la voluntad de Dios y a despedirse de todas las cosas de la tierra para aspirar a las del cielo. Luego que se reconoció alguna mejoría en su madre, Fray Francisco se fué al convento a seguir la vida regular COfl sus Hermanos; y corno le entretuvieran algún tiempo las visitas de sus amigos, viendo que se acentuaba cada vez más la me- joría de su madre, pidió al P. Guardián que le diera permiso para retirarse al convento de Peralta. Pasado un mes, se agravó doña Isabel, y, sin tiempo para avisar a su hijo, murió; cuando lo supo Fr. Francisco, emprendió luego su viaje para Zaragoza sin querer volver a Pamplona: tan grande era su desprendimiento de todas las cosas. Poco tiempo después D. Martín Redín se trasladó a la vi- lla de Molina, donde enfermó en el invierno de 1643, y pidió al P. Provincial que le mandara a Fr. Francisco; accedió a ello el Superior y le dió por compañero al P. Francisco de Tudela. "Salirnos, dice este Padre, de Zaragoza el día antes del Domingo de Ramos y luego me dió la obediencia suplicándome no dijera a na- die quién era ni a dónde iban. Llegarnos la primera noche a Muel y alojamos en casa de una se- ñora que era Hermana de la Orden y conocía a Fr. Francisco, por lo
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