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154 LOS FRANCISCANOS CAPUCHINOS EN VENEZUELA sacaba resoluciones firmísimas de copiar cii si sus virtudes, y ejemplos, inflamando el corazón con tiernísimos afectos de amor a Dios, contrición de sus pecados y deseo de sufrir mu- cho por amor de Cristo. Ordinarianicnte andaba como ele- vado y absorto en la divina contemplación, y, cuando salía de esa fervorosa oración, se recataba para no ser 'visto, pues mu- chas veces era tan Copioso el torrente (le lágrimas, que deja- ban en su semblante huellas bien marcadas de los favores di- vinos que había recibido. Su rostro se veía con frecuencia encendido, y revelaba los incendios de amor divino que abra- saban su corazón; y de este amor de Dios nacía el celo que sentía por la salvación de las almas, y ci que no pudiera to- lerar el que Dios fuese ofendido en su presencia (1). No estuvo mucho tiempo Fr. Francisco en el convento de Tudela, pues el verano siguiente de 1639 lo pasó en Peralta, donde dice el P. Diego de Ujué, en los (latos que facilitó al Padre Anguiano, como confensor que había sido de Fr. Fran- cisco, que en los dos veranos que el siervo de Dios estuvo en Peralta iba por las eras pidiendo paja de limosna, la cual lle- vaba a cuestas al convento, cruzando las calles más céntricas de la Villa, y que sirvió de peón a los albañiles cuando levan-. taron unos metros de tapia que se había caído en la huerta, soportando con gran contento y alegría las palabras de des- precio que le decían los oficiales cuando no les servía a su gusto. Siendo portero en el convento de Peralta, estaba una ma- ñana barriendo el claustro, cuando llegaron las criadas de al- (1) En cierta ocasión le mandó el P. Guardián del convento de Tudela que fuese con otro hermano a la postulación a la villa de Cor- tés, cinco leguas distantes de Tudela; luego que entraron en la pobla- ción les salió -al encuentro una señora viuda muy afligida, pidiéndoles con muchas instancias que la defendieran a élla y a sus criadas de las insolencias de unos soldados que les habían echado para el alojamien- to, y las querían atropellar. Entró Fr. Francisco, y empezó a consejar 'a los militares que respetasen aquellas pobres mujeres, quienes no te- nían quien las defendiera; mas éstos no hicieron caso y en su misma presencia les dijeron palabras impertinentes; entonces Fr. Francisco, no pudiendo soportar tanto atrevimiento mandó a las mujeres que se retiraran; y arremetió con tanta furia 'a los cuatro soldados y les dió coji su báculo tan recios golpes, que emprendieron precipitada fuga, no volviendo más a la casa de la viuda; porque supieron quien era aquel Fraile que con tan rotundos argumentos les había quitado el hipo de las muchachas.
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