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152 LOS FRANCISCANOS CAPUCHINOS EN VENEZUELA D. Tiburcio, y cuando el paje pasó recado (le que el Sr. Redin quería hablarle, dijo el Prelado en alta voz: Terno que me venga a matar; sin embargo, decidle que entre. Pasó, en efec- to, y lo primero que hizo fué postrarse a sus pies para pedirle perdón por el suceso de Madrid. Conmovido el Prelado por la humildad de D. Tiburcio, lo abrazó y entonces oyó el relato (le la vocación de Redin y que le suplicaba fuera a consolar a su madre, cuando tuviera noticia de la torna de hábito. Entretanto llegó la respuesta del P. Provincial y la pa- tente para que fuera recibido D. Tiburcio y pasara al convento (le Tarazona para hacer ci santo noviciado; emprendió el via- je al siguiente (lía COfl un solo criado, protestando que tenía que evacuar un negocio breve en Aragón. Al llegar a Tarazo- na, fué a visitar al Obispo D. Baltasar Navarro, que era amigo suyo; aturdióse el Obispo al oírle, y sólo le indicó que debía ser religioso de coro; pero cuando escuchó las razones de Re- din no insistió admirando su profunda humildad. Escribió también al Capitán general Virrey de Pamplona y Marqués de Valparaíso, con el cual había también tenido un encuen- tro en la guerra con los franceses, y le daba cuenta de su resolución, llorando mucho el Virrey al ver tanta abnegación en un soldado valiente. También escribió a su madre, y al recibir ésta la carta corrió al palacio del Virrey, suplicándole intercediera con el Rey para e vitam' que su hijo fuera religioso, pues temía mucho de que no perse- verara. El Virrey la consoló, diciendo: "Señora, puesto que vuestro hijo ha tomado esta resolución y tan en secreto, señal es de que la tenía muy premeditada y que es llamamiento de Dios, y yo espero que ha de ser un gran siervo suyo, pues seme- jantes vocaciones de hombres desengañados del mundo, or- dinariamente producen maravillosos efectos, y de D. Tibur- cio los espero muy singulares, porque reconozco su gran ca- pacidad y prendas generosas, pues quien ha sabido servir a su Rey con tanta fidelidad y valor, espero que no se esmerará menos en servir a Dios". Con esto se tranquilizó la señora de Redin, aunque vivió con algún recelo hasta la profesión de su hijo. Con la misma sumisión cristiana recibió la noticia D. Martín Redin, Virrey de Zaragoza y hermano (le D. Tiburcio.

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