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150 LOS FRANCISCANOS CAPUCHINOS EN seguido tantas victorias cae herido de muerte por una piedra en una vulgar pendencia de la calle, como si fuera un golfo que pasa la vida en la ociosidad y promoviendo algarabías. Le llevaron a su casa sin sentido, y al verlo los médicos lo de- clararon caso irremediable; fué volviendo en si poco a poco, y al recobrar el conocimiento, las primeras palabras que pro- nunció fueron éstas: ¡Haría Santísima, amparadme! Con este soberano auxilio de la Santísima Virgen, obtuvo D. Tiburcio no sólo la salud corporal que tanto necesitaba, sino también la salud espiritual. Repuesto ya de sus heridas sintió grandemente el acciden- te y la humillación recibida; y pesaba más en su ánimo aba- tido esta caída, que todos los triunfos y victorias conseguidas hasta entonces, reconociendo que fué cosa providencial para humillar a quien las fuerzas y adversidades humanas no ha- blan podido rendir. Y como Pablo en el camino de Damasco, se somete a los divinos designios. Tan pronto como pudo, re- cibió los Santos Sacramentos, hizo su testamento y resolvió cambiar de vida y entregarse a una áspera y rígida peniten- cia, y pidió a Dios en oración fervorosa le diera fuerza y valor para llevar a la práctica el plan de vida que había concebido; mas luego sentía flaqueza a causa de los achaques que pade- cía; por otra parte, las ventajas que le ofrecía el ser único heredero de los títulos gloriosos y cuantiosos bienes de la casa Redín, los servicios prestados a la patria, el favor del Rey, le retraían de su buen propósito. Satisfacía con fervor a los sofismas astutos de Satanás: mis servicios, mi casa y aun el mundo entero, no es justo los prefiera a mi salvación. Cierto que son escasas mis fuerzas para la penitencia; mas esto corre por cuenta de Dios que me llama a su servicio. 5. Con esta resolución dejó D. Tiburcio la Corte de Ma- drid y se retiró a Pamplona al lado de su madre, para tratar seriamente el negocio de su salvación; y aunque ocultó sus designios al principio, sin embargo, después de cumplir al ile- gar con sus parientes y amigos, evitaba con maña las compa- ñías y conversaciones mundanas, dedicándose a la oración y frecuencia de Sacramentos, para merecer de Dios la luz es- :

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