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FR. FRANCISCO DE PAMPLONA—CAPITULO VIII 149 los nuestros hicieron una débil resistencia, pidiendo luego cuartel. Contentos los holandeses con la rica presa, abordaron precipitadamente al buque español y preguntaron por el ca- pitán.—Está enfermo en cama, respondieron, y por eso nos hemos entregado. Bajaron todos por las escotillas a recono- cer el barco, y el capitán holandés se fué a la cámara a ver al enfermo. D. Tiburcio se levantó entonces y de un pistoletazo mató a su enemigo; a esta señal se cerraron las escotillas y en un momento acabaron con los que habían entrado en el bu- que; pasaron después al holandés, y, matando a unos e hirien- do a otros, se apoderaron de la artillería, haciéndose dueños del buque corsario; quisieron algunos, que habían quedado con vida, hacer uso de la artillería española, pero, corno esta- ba clavada no pudieron y se entregaron todos. Un mes después entraba D. Tiburcio en Cádiz con los dos buques; dió por escrito cuenta de todo al Rey, quien le per- donó el lance del Privado; lo llamó a Madrid para que le con- tara con todos sus detalles lo ocurrido en el vapor corsario holandés, y después lo mandó de Jefe de la escuadra de Ca- taluña, cuyo nombramiento le había dado antes. 4. Yendo en un buque pequeño hacia Valencia, le salie- ron cuatro navíos corsarios de gran fuerza y los hizo huír. En uno de estos viajes, mientras descansaba en una silla, des- pués de comer, empezaron a reñir dos soldados; les avisó dos veces, y viendo que no callaban echó mano a su daga. El que romnovió el altercado echó •a correr, y, viendo que D. Tibur- cio le seguía, se tiró al mar; pero no le valió, porque se echó también D. Tiburcio, y le dió de puñaladas en el agua. Todos estos lances, referidos a la ligera, nos revelan el carácter vio- lento de D. Tiburcio, que le puso en eminente peligro de per- der la 'vida, como le sucedió en la gran pendencia de la Puer- ta del Sol, promovida por los criados de la Princesa de Cari- ñena y otros cortesanos; al llegar la noticia a D. Tiburcio, montó a caballo, no sabemos si por el placer de hallarse en la refriega o para poner paz entre los contendientes. Apenas llegó al lugar de la refriega, cuando inopinadamente le dieron tan recio golpe con una piedra, que lo derribaron del caballo, dejándole casi muerto. El gigante de su siglo que había con-

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