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148 LOS FRANCISCANOS CAPUCHINOS EN VENEZUELA tuvieron que entregárselo, y todavía deseaba vengarse de los alguaciles. Vino por aquel tiempo a Madrid; y paseando una noche, ya tarde, con sus amigos, tropezaron con el alcalde Veas Vellón, que hacia ronda con sus oficiales.—¿Que gente?, pre- guntó el alcalde.—D. Fulgencio, D. Fermín y D. Tiburcio de Reclín. Tanto fin, fin, fin, me parece jerigonza, dijo el alcade. Amostazado D. Tiburcio, echa mano a la espada, diciendo: Aquí no hay más jerigonza, que el alcalde Veas Vellón, y ce- rró con todos, que tuvieron por bien huir. Lo mismo hizo otro cija en la casa (le juego de Zapatilla con el propio alcalde y alguaciles. Por lo cual el Rey, para sacarlo de Madrid, lo nombró Gobernador de la escuadra de Barcelona, con amplias facultades y 170 escudos de sueldo. Recibió ci nombramiento, pero el Duque de Olivares, privado del Rey, no acababa (le despacharlo, ni lo quería recibir; recurrió entonces a una vio- lencia: lo esperó cuando salía en coche hacia el Retiro y, al pasar por la plaza que hoy se llama de Canalejas, quiso de- tener el coche, pero, como los cocheros no le hicieron caso, cortó los tirantes y paró por fuerza. Se acercó a la portezuela del coche y expuso sus quejas al primer ministro; éste tuvo miedo y presentó sus excusas, ofreciéndole despacharlo rOm lo, a fin de que se retirara. Mas después cayeron ambos en la cuenta de la falta cometida, y D. Tiburcio se fué a Cádiz y embarcó para Panamá, a fin de evitar el enojo del Privado del Rey. Poco después llegó también a esta ciudad el Virrey del Perú, que llevaba orden de prenderle; pero, como eran amigos, suavizó ]as cosas y lo mandó a España con el cargo de capitán de navío, avisándole que tornara un galeón fuerte y ligero, pues tenia noticia (le que un barco grande, holandés, estaba esperando el paso a España del navío de aviso que or- dinariamente se despachaba al llegar la expedición al término de su viaje. Don Tiburcio eligió el buque más pesado y se- guro y le cargó. además, (le arena para engañar mejor al ene- migo, haciéndole creer que iba cargado de mercancías. Metió en él gente escogida, y, luego de salir del puerto, para lograr mejor el lance que había ideado, mandó clavar la artillería y dió las órdenes que debía cada uno guardar puntualmente, explicándoles su plan para coger el navío holandés. A los po- cos días apareció el enemigo, que acometió con gran violencia;
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