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FR. FRANCISCO DE PAMPLOÑA.—CAPITULO VIII 147 ción a Margarita; de regreso se salvó la escuadra merced a su habilidad y destreza en reconocer al enemigo que venía hacia ellos con ocho buques de alto bordo. Durante la guerra con Portugal obtuvo permiso del Rey para levantar una compañía, de la cual fué nombrado capi- tán con veinticinco escudos de sueldo al mes; y fué a campa- ña a las órdenes del marqués de Omejora. En esta guerra peleó, con el general D. Martín de Vallecilla, contra dos bu- ques enemigos. Ocho años, continuó sirviendo D. Tiburcio en la Armada Real: cuatro en los viajes a las Indias, y los otros cuatro en el Océano, siendo muchos y muy gloriosos los combates que tuvo que sostener con los enemigos (1). 3. Su madre había conocido, quizás mejor que nadie, el valor (le nuestro héroe; por eso se cuenta que en el asedio de Fuenterrabía por los franceses (1634), como se prolongara demasiado, dijo esta señora en una tertulia: lo que falta son hombres de valor; que den el mando a mi hijo D. Tiburcio, y veréis que luego se levanta el cerco. Realmente era valiente, audaz y hábil para manejar la espada, el mosquete y toda cia- •se de armas ofensivas. Estas ventajas personales y los triun- fos obtenidos en el campo de batalla, unidos al continuo gue- rrear y al ejercicio de mando militar, autoritario y con fre- cuencia despótico, habían formado en él una segunda natu- raleza de autócrata arbitrario, soberbio y sumamente propen- - so a los arrebatos de cólera, en los cuales se notaba crueldad. Y no había mejor fiesta para D. Tiburcio que hallarse en afuna refriega, donde corriera la sangre en abundancia,* si faltaba pretexto, él lo buscaba, como se puede ver por los ca- sos siguientes. Hallábase en cierta ocasión con su compañía en Sevilla, y uno de sus soldados mató a un joven, por lo cual fué condena- do a muerte por los jueces. D. Tiburcio pide que le entreguen el soldado para castigarlo él, que era su capitán, y como se lo denegaran, se presenta al tribunal, echa mano a la espada y (1) Fuera cosa muy prolija relatar todos los lances, a que se vió expuesto D. Tiburcio en los veinte años que estuvo al servicio del Rey, y la fama que justamente babia adquirido de Capitán valiente y audaz; sólo decir "que viene el Capitán Redín" ponía en fuga 'a los enemigos de España; por lo que mereció el apodo de "Jiípiter (te la guerra".
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