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138 LOS FRANCISCANOS CAPUCHINOS EN VENEZUELA La cosecha fué casi inmediata, pues a causa de las fíe- bres palúdicas y falta de medios pa combatirlas, eran mu- chos los niños, sobre todo, que estaban a las puertas de la muerte. El Misionero derrama sin dificultad sobre sus fren- tes las ie generadoras aguas que les abren el reino de ¡os cie- los. Río arriba y contra el parecer de los blancos que le acom- pañaban, internose muchas leguas para llegar hasta la tri- bu o ranchería de CapLire, en donde, a juzgar por los ras- tros de civilización que encontró el Misionero, debió existir algún pueblo de los fundados por los antiguos operarios del Evangelio. La entrada del Misionero en la ranchería, si no lleva qué dar al indio, es difícil, y aquí no sólo se le ha- bían acabado los recursos que llevaba, sino que necesita- ba satisfacer las necesidades de los indios que le acompa- ñaban; mas Dios, que no falta a los suyos, movió el ánimo del capitán o jefe de la ranchería y el de algunos indios que volvieron del monte con enorme cantidad de "tutumos", todos llenos de gusanos, lo que no fué obstáculo para que co- miésemos todos de ellos. A mi paladar era muy sabroso, o como dicen ellos "dijapera güito", sabe a cielo. Mi gozo sería cumplido, acá en la tierra, si pudiese quedarme en com- pañía de otro Padre, de modo permanente entre ellos. Ha- ríamos un pueblo, y en este pueblo reinaría Cristo en el corazón de cada indio; ellos también lo desean y piden con instancias. Otro Misionero, ci R. P. Benigno (le Fresnellino, escribe: La segunda expedición duró desde el 18 de octubre al / de noviembre y desde el 1 de diciembre hasta febrero del siguiente año.....A las tres de la madrugada salí de Curiapo en una curiara, y, caminando río arriba, al amane- cer del siguiente día llegamos a los indios de Cuberina. El rui- do de la pequeña embarcación despertó a los perros, que salu- daron nuestra llegada con ladridos. Tres mocetones, espe- cialmente, observaban nuestros movimientos; más habiendo sabido por uno de tos indios que me acompañaban que era el Padre Misionero, todos los de la ranchería corrieron a nuestro encuentro, invitándonos a morar con ellos.
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