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MISION DEL CARONI.—CAPITULO VII 137 pronto como le abandonó la fiebre, siguió su camino hasta llegar al río Barima, en la frontera inglesa, para desde allí internarse en la montaña del Sur, donde estará in- comunicado por espacio de un mes". ¡Un mes! bogando unas veces por ríos tan peligrosos como la mar, otras abriendo ca- mino, machete en mano, para llegar a una ranchería que di- ce hay en la espesura del bosque y que tal vez, al 'llegar allí, se encuentre que el indio se fué en busca de otro lugar. i Un mes de exploración, metidos unas veces en curiara por ríos en que abundan los caimanes, otras por tierras infestadas de sierpes que llegan a cobijarse bajo el chinchorro que les sir- ve para, llegada la noche, descansar donde y como Dios les da a entender! Tal es la vida del Misionero, y quien otra cosa juzgue, sepa que está y vive en un error. 2. De la correspondencia de otro Misionero entresaca- inos los siguientes párrafos, que abundan en las ideas ante- riormente expuestas: Como pude y Dios me (lió a entender, preparé la cu- riara, embarcación hecha del tronco de un árbol, y para cu- ya tripulación se me ofrecieron seis indios y dos blancos, que no quisieron dejarme ir solo con ellos, diciendo que los indios son siempre indios. Antes hice acopio de cosas que repartiría con mis pobres guaruos, y ¡cuánta necesidad tenían de ellas y aún de más!, pues los encontré en sus chozas tiritando de frío, que íes ocasionaba la fiebre del paludismo, de que esta- ban atacados. En esta ranchería ya era conocido, a causo 'ile haberla visitado en otra ocasión. De aquí pasamos a otra ranchería llamada Guarima; es- tahan los indios en gran abandono y vivían sobre unas enipa- (izadas materialmente podridas. Encontré una dolorosa es- cena: una madre que lloraba inconsolable sobre el cadáver de su hijo, niño de unos diez años, en tanto que el padre contem- plaba riendo a carcajadas el dolor de su esposa y el cadáver de su hijo. Rindiendo culto a sus supersticiones han colocado en las yertas manos del niño un cuchillo y un hierro. El Mi- sionero aprovecha la ocasión para hablar a los indios de re- giones de ultratumba, de premios y castigos que allá nos es- peran, y la siembra evangélica cae sobre aquella virginal tie- rra para producir frutos en abundancia.
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