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124 LOS FRANCISCANOS CAPUCHINOS EN VENEZUELA Yo siento verdadera satisfacción de terminar mi trienio con el establecimiento definitivo de la Misión, motivo principal por el que nuestros Superiores me mandaron a América. Y doy por bien em- pleados todos los sacrificios que Dios tuvo a bien exigirme en este tiempo, que, como V. R. comprenderá, han sido bastantes. Qué cier- to es que las obras de Dios llevan el sello de la contradicción! Mucho se ha hecho con llegar donde estamos; pero queda lo prili- cipal por hacer, que es dar vida a las Misiones antiguas actualmente Pongamos nuestra confianza en Dios y ofrezcamos todos ge- muertas. nerosamente nuestra pequeña cooperación, seguros de que, con las ben- diciones del cielo, nuestros Misioneros llevarán adelante tan grande y gloriosa empresa. Estoy esperando de un día para otro el nombramiento de los nue vos Superiores para entonar el "Nunc dimittis".... Me encomiendo en sus oraciones afmo. y menor hermano en San Francisco. Caracas, 19 de agosto de 1924. Fr Félix Maria de Vegarnián, Superior Regular" Hacía justamente dos siglos que los Capuchinos Catalanes se habían establecido definitivamente en las riberas del río Caroní, según Jo afirma el P. Benito de Moya, Prefecto de la Misión, en su memoria (1): Habiendo puesto S. M. a cargo de los religiosos Capuchinos de la Provincia de Cataluña el cultivo 1/ con conversión de los indios de Guayana, vinimos seis i eligio- sos y llegamos el 10 de abril de 1724, fundando luego ese mis- mo año las Misiones de Purísima Concepción de Suay, y San Antonio del Caroní. Para el año 1788, fecha en que fundaron Tumeremo, teman ya 29 pueblos de Misión sin contar las Villas de Upata, Bar- celoneta y Guirior, y siete Misiones que por diversas causas habían desaparecido. Dos siglos han pasado ya, y casi con la misma fecha en que se comenzaron las primeras Misio- nes en el siglo XVIII (20 de abril de 1724), se vuelven a empe- zar en el siglo XX (mayo de 1924), como extensamente lo (le- jamos demostrado en todo este capitulo (1) Véase la pág. 189 y sigs. de nuestro Tomo II,