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MISION DE CUMANA.—CAPITULO VI 89 muy cerca. La de San Miguel se despobló el mismo día que martirizaron al P. Miguel de Albalate. Las encomiendas próximas a los pueblos de Misión fue- ron con frecuencia motivo de molestia para los Misioneros, los cuales por razón de su ministerio estaban obligados a de- fender los indios de los excesos de los encomenderos; este penoso deber nacía no sólo del carácter de Misionero, sino también del mandato expreso del Sumo Pontífice Adriano VI, y de repetidas Reales Cédulas, que decían: "Si los enco- menderos no cumplen las condiciones que les imponen las le- yes, quítenseles los indios encomendados y llévense a las Mi- siones". Los indios reconocidos como menores en las Leyes de Indias, tenían por curadores inmediatos a los Misioneros, y mediatos a los Obispos y Gobernadores. Esta fué una de las mayores dificultades que encontra- ron los Misioneros en el ejercicio de su ministerio, la que oca- sionó en el tiempo de la Colonia más disgustos a todos, moti- vando las injustas persecuciones contra los Misioneros, pues con frecuencia chocaban los altos intereses espirituales de la Misión con la codicia de los encomenderos, lo cual retardaba el desarrollo progresivo de las reducciones de indios. En la región (le Cumaná hubo a veces abusos con los in- dios encomendados, y como cedía en menoscabo de los pue- blos fundados por los religiosos, solicitaron el remedio al Consejo de Indias, el cual nombró un juez privado para que visitara las Misiones; y recibida una detallada información, expidió en 1688 una Real Cédula privando a los encomende- ros de la provincia de Cumaná del privilegio de encomienda, y mandando castigar a cuantos fuesen culpables de injurias y malos tratos a los indios y los Misioneros, y les obligaban a dar satisfacción a la parte ofendida (1). 4. No obstante los obstáculos y dificultades que tuvieron que padecer los Misioneros en Cumaná, los indios se sintieron atraídos fuertemente hacia los Capuchinos, queriendo tener- los siempre en su compañía y reclamando su ministerio, se- gún lo testifica el Ilmo. Sr. Obispo de Puerto Rico, Fr. Pedro (1) Véase en nuestro tomo III el capitulo dedicado al debatido asunto de las encomiendas.

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