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80 LOS FRANCISCANOS CAPUCHINOS EN VENEZUELA Padre, diciendo que también ellos querían avecindarse allí y ser cristianos, Como lo habían hecho otros amigos, parien- tes y conocidos suyos; alegróse al oírlos, y los alentó en sus buenos propósitos, y los agasajó lo mejor que Pudo, dando gracias a Dios por la venida de aquellos nuevos fieles. En el breve tiempo que asistieron a la Misión hicieron dolosamente pero con notable disimulo, cuanto pudieron por pervertir a los demás, para que se fuesen con ellos a los montes; sin embargo, no lográndolo por ese medio, lo consi- guieron por otro, cual fué el que mataran al Padre, para obligarlos con esto a desamparar la población por temor al castigo. Siendo ya este designio su única resolución, aguar- daron los alevosos que llegase el Padre para hacerles su visi- ta ordinaria que acostumbraban los Misioneros por las casas de los indios, después de haber dicho Misa, por si había al- gún enfermo que consolar, pleitos que componer, o si se ofre- cía otra cosa que remediar. Llegó a la casa donde estaban alojados los desgraciados huéspedes, y los halló muy tristes y taciturnos; al verlos así, juzgó que tenían meditada la fu- ga. Exhortólos con la mayor eficacia que pudo a que no se volvieran a sus vicios, y que fueran agradecidos a Dios y per- severasen con los demás para que, haciéndose cristianos y viviendo bien, gozasen después de la gloria eterna. A estas razones, no respondieron palabra, y se estuvieron sentados y cabizbajos hasta que los dejó; era ya hora de medio'día, y el Misionero se despidió de ellos, encaminándose a su casa que estaba cerca. Apenas volvió la espalda, se conjuraron contra él, di- ciendo a voces: "¡Ea, muera éste, muera!", y le dispararon muchas flechas. Viéndose el Padre Miguel mortalmente he- rido, y vertiendo copiosa sangre por tantas partes, prosiguió con penoso esfuerzo los pocos pasos que le faltaban para lle- gar a la casa, ejercitándose en actos heroicos de caridad, pi- diendo a Dios perdón para sus asesinos e invocando el dul- císimo nombre de Jesús en su ayuda. Conoció que, muerto él, habían de pasar a dar muerte también a un niño que le hacía compañía y le ayudaba en la Santa Misa, y para preve- nirle aceleró el paso, exhortándole a que se dispusiera a Sa-

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