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\IISION DE CUMANA.---CAPITULO IV 71 1 ontaña protegidos por las tinieblas de la noche, a distancia d un cuarto de legua, para salir al amanecer y embestir al pu\blo. Pero, atemorizados por la repentina presencia de un sol4do desconocido (1), huyeron aquella misma noche en di- reccn hacia sus tierras. fué preciso pasar cerca de las casas de El Pilar; ape- nas los vieron los indios de ella, aunque sólo eran cuarenta y los frankeses y Caribes unos seiscientos, tomaron las armas y les salion al encuentro, acometiéndoles tan valerosamen- te que matron a muchos e hirieron a muchos más, persiguién- dolos a tods y acosándolos hasta que se ocultaron en una es- pesísima mntaña, de donde no pudieron sacarlos. Fué muy reñida la pe ea, y tan feliz que sólo hubo dos heridos de los de El Pilar, a psar (le que duró el combate desde las ocho de la mañana hast4 las tres de la tarde, sobresaliendo el valor de (1) El P. Anguiano (1. c., p. 131-2) atribuye esta huida de los franceses y Caribes a cosa sobrenatur( u favor soberano: "Sobre esta! disposición comenzaron a discurrir los franceses, y estando en lo mejor de la plática, a cosa de la media noche, se les a- pareció repentinamente un hombre no conocido, armado al uso del país, y montado a caballo. Su aspecto y razones, como también su lle- gada repentina, les sirvieron de tanto terror, que se juzgaron vencidos irremediablemente, y que estaban ya cercados por todas partes de es- pañoles y de indios. Quiso el capitán francés coger al soldado; pero al tiempo de avanzarse a él para tomarle las riendas del caballo desa- pareció de su presencia, dejándolos tan amedrentados que así ellos como los Caribes se juzgaron ya embestidos, y sólo trataron de la fuga. Con este miedo salieron de la emboscada, y para ocurrir al daño que recelaban, dispararon dos cargas de mosquetazos hacia la parte por donde creyeron se iban acercando los españoles; y los Caribes, seme- jantemente, arrojaron tantas flechas, que por la mañana apareció a- quel sitio esterado de ellas. Después echaron a huir, y desampararon el puesto, quedando en él muertos, por particular disposición divina, el capitán francés y algunos de los suyos. De esta suerte, y por modo tan maravilloso, defendió Dios a los Inocentes, y castigó a los codiciosos,...; quién fuese el soldado que causó tal pavor en los enemigos, no nos lo dicen las Relaciones de a- quel tiempo, bien que todos suponen fué cosa sobrenatural y favor so- berana.... Esto se hace más verosímil, si se repara en otro suceso maravilloso, que acaeció varias veces, y pudieron notar los vecinos de San Carlos y los de nuestras poblaciones de San Juan y de El Pilar; porque todas las veces que los enemigos se acercaban a alguna de ella, se veía de noche en el aire, por la parte que iban, un globo grande que despedía mucha luz; con que viendo los nuestros el globo, queda- ban advertidos del enemigo que les amenazaba, y se prevenían para la defensa".

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